La incertidumbre que está suscitando esta reunión climática mundial del clima de París (COP21) no se parece en nada a las anteriores. Por primera vez, la esperanza se mantiene intacta hasta el último día de celebración y, si todo sale según lo previsto, el mundo tendrá acuerdo climático para combatir el calentamiento global.
Cuando falta apenas un día para que culmine la cumbre, las negociaciones están a punto de cristalizar en un acuerdo firmado por prácticamente todos los países y, aun precisando las respectivas ratificaciones nacionales, la simple perspectiva de que ello realmente pueda ocurrir es revolucionaria.
Aunque el último borrador, considerado el definitivo, hace pensar que estamos a punto de ser testigos de un histórico acuerdo, también es cierto que sus lagunas podrían acabar aguando la fiesta a largo plazo. Pero esa es otra historia, una partida de estrategia que no se está jugando en la capital francesa.
Un acuerdo es posible
París se propuso que la COP21 no fuese una reunión climática más y parece estar consiguiéndolo. El simple hecho de haberse elaborado un borrador de acuerdo es todo un avance, y conocer su versión definitiva todavía más.
Entre sus puntos débiles, el sempiterno capítulo de la financiación y el establecimiento de diferencias entre países desarrollados y emergentes. Tampoco se establecen calendarios que permitan revisar el cumplimiento de los objetivos fijados y su posible reajuste para no superar el límite de los famosos dos grados centígrados en 2050.
Por un lado, hay que reconocer que se ha avanzado mucho en acercar posiciones, pero los temas más espinosos siguen sin resolverse. Además, hay que añadir otros aspectos no menos problemáticos, como la falta de límites para la reducción de gases de efecto invernadero.
No en vano, se ha establecido que cada país establezca de forma voluntaria sus propios límites y, como era de esperar, tampoco se prevén sanciones en caso de incumplimiento.
Ha sido el precio que ha habido que pagar para no desalentar a las partes, pero podría acabar siendo un arma de doble filo. Como advierten algunos expertos, esta voluntariedad y falta de controles podría acabar siendo también su principal problema.
A un paso de la utopía
La víspera de conocer el desenlace de la COP21, sin embargo, no es momento para los malos augurios, por muy razonables que sean. Muy al contrario, lo suyo es ser positivos.
Tal y como ha señalado el secretario de Estado estadounidense, Joh Kerry, hay que celebrar este «impulso nunca antes visto para conseguir un acuerdo».
Al margen de estas buenas sensaciones, también cabe la posibilidad de que no se llegue a ningún acuerdo. Aunque parezca algo obvio, la realidad es la que es: mientras el borrador no adquiera la categoría de acuerdo no habrá nada concreto.
¿Pero, cómo van las cosas? Las negociaciones siguen a puerta cerrada. Mientras los ministros intentan pactar, los mandatarios de los casi 150 países se pronunciaron sobre la importancia de detener el cambio climático con grandilocuentes discursos.
Por su parte, estuvo mucho más orientado a la práctica el discurso del Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, organizadora del evento. Sin dejar de reconocer el gran paso que ha supuesto establecer el borrador, les exigió un compromiso moral con el futuro del planeta y, sobre todo, de la humanidad.
Ban apeló a su responsabilidad histórica. Inspiradoras y duras palabras que buscaban un final feliz para la COP21. ¿Se logrará? Por lo pronto, los negociadores siguen intentando alcanzar un doble objetivo: primeramente, lograr el acuerdo e intentar que éste sea lo más completo posible.
Por primera vez, la necesaria utopía de poner de acuerdo al mundo entero para hacer frente al cambio climático tiene visos de verdad. En solo unas jornadas ya se había elaborado el borrador del acuerdo, y ahora conocemos su versión definitiva. A un día de conocer si habrá acuerdo, nos preguntamos si también hoy es la víspera de un acuerdo histórico para la humanidad.