Regular los disruptores endocrinos para una alimentación más segura

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Los disruptores endocrinos están por todas partes. Son un riesgo invisible, que encontramos en la comida, los productos de limpieza, los cosméticos, pesticidas, textiles o incluso en el aire que respiramos. Estos componentes químicos pueden ser muy peligrosos, si bien la ciencia todavía tiene mucho trabajo que hacer para demostrar una relación causal en muchos de los casos.

Por lo pronto, se ha asociado a un sinfín de desórdenes y enfermedades, como la pubertad precoz en las niñas, malformación genital en los niños, varios tipos de cánceres, problemas de fertilidad, malformaciones fetales, autismo o la hiperactividad. Éstos son solo algunos de los problemas de salud que pueden ocasionar los «endocrine disruptor chemical» (EDC), su término original, aparecido en los años cuarenta.

Mejorar la seguridad alimentaria

Ya desde entonces significaba lo mismo que ahora: caracterizaba los productos químicos en capacidad de modificar el funcionamiento del sistema hormonal. Y su regulación ha sido tradicionalmente el caballo de batalla de asociaciones ecologistas y otros grupos activistas preocupadas por el problema ambiental y de salud que suponen estos compuestos químicos.

El pasado jueves, el Parlamento Europeo aprobó una resolución no vinculante, en la que apelaba a la Comisión Europea para que armonice el reglamento de seguridad sanitaria. En particular, solicita la prohibición del bisfenol-A en los envases alimentarios, así como una mejora de la regulación de los productos químicos que se utilizan en aquellos.

«Así nos aseguramos de que los materiales que están en contacto directo con la comida son seguros«, explica la eurodiputada Christel Schaldemose. Con ello alude a los disruptores endocrinos, un tipo de moléculas (bisfenoles, phtalatos, dioxinas etc.) que interfieren con nuestro sistema hormonal sin necesidad de altos niveles de exposición.

A su vez, la experta alude a su peligrosidad: «Sabemos por diversos estudios que el envasado está causando problemas de salud», aludiendo a distintas sustancias que se incluirían en este reglamento, entre ellos el Bisfenol A (BPA).

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En efecto, el BPA, uno de los disruptores endocrinos más conocidos, se utiliza para crear policarbonatos plásticos que se usan para fabricar distintos elementos, entre ellos envases de alimentos, revestimientos de conservas alimentarias o botellas de agua.

De este modo, podemos ingerirlo junto con los mismos alimentos, cuando se encuentran en éstos, y también a través de los envases, ya que migran a la comida. A continuación, un extracto de la exposición de motivos presentada por la institución europea:

Los materiales en contacto con alimentos se utilizan profusamente en la vida diaria en forma de embalajes, utensilios de cocina, vajilla, etc. Cuando entran en contacto con alimentos, y según su composición y propiedades, los diferentes materiales pueden comportarse de forma distinta y transferir sus componentes a los alimentos. En tales casos, los productos químicos que emanan de estos materiales pueden poner en peligro la salud humana o modificar negativamente la composición de los productos alimenticios.

Un gasto millonario en sanidad

Por último, esta semana hemos conocido una cifra inquietante. Es la relacionada con la factura que pasa el coste sanitario relativo a los perturbadores endocrinos a la economía estadounidense.

Mutatis mutandis, podríamos encontrar un problema similar en otros países. De ahí la trascendencia de la noticia, sobre todo teniendo en cuenta que ese costo sanitario implica un problema de salud cuya importancia lógicamente es infinitamente mayor.

En concreto, se estima que el peso de los disruptores endocrinos en la economía estadounidense ronda los 340 mil millones de dólares (unos 308 mil millones de euros), de acuerdo con un estudio publicado hoy, 18 de octubre, en la revista The Lancet Diabetes and Endocrinology.

Es más, los científicos responsables del estudio afirman que lejos de ser una exageración se trata de una estimación a la baja. A su vez, recuerdan que las diferencias entre países dependerán sobre todo a las distintas normativas, pues son éstas las que determinan en buena medida los distintos niveles de exposición.

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