El desperdicio alimentario también contamina

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Las emisiones de CO2 no solo están relacionadas con la actividad industrial o con el transporte. En el día a día, hay muchos gestos que influyen también y que no ayudan a la sostenibilidad. Más bien todo lo contrario. Son una fuente importante de emisiones de carbono. Es el caso del desperdicio de alimentos, que genera una cantidad de emisiones bastante importante.

El impacto

El desperdicio alimentario no es ninguna tontería. Cada año, se calcula que se superan los 1.300 millones de toneladas, que generan una cantidad ingente de emisiones de CO2.

En concreto, la pérdida y el desperdicio de alimentos suponen casi el 8% de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero a nivel global, impactando en el cambio climático. No obstante, las consecuencias también son para los ingresos de los agricultores.

La lucha

Un motivo por el que es importante luchar contra el desperdicio alimentario y la pérdida de alimentos en el mundo para lo que se propone trabajar para avanzar en la cooperación internacional y en las tecnologías más innovadoras y respetuosas con el clima.

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Son líneas de acción que se recogen en el Protocolo de Monreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono y que se pusieron de manifiesto en la recién celebrada reunión de las Partes de este Protocolo, que tuvo lugar en la sede de la FAO en Roma (Italia).

Este protocolo se perfila así no solo como un acuerdo medioambiental, sino como una herramienta que ha ayudado a la recuperación de la capa de ozono y ha contribuido a la lucha contra el cambio climático, teniendo una gran importancia en la protección de la cadena alimentaria.

Además, el protocolo se ha convertido en un buen ejemplo de éxito de cooperación multilateral al impulsar la colaboración de los diferentes agentes locales, regionales e internacionales, así como del sector privado, sociedad civil y comunidad científica.

Una colaboración que es clave porque casi un tercio de los alimentos producidos para el consumo se pierde o se desperdicia, lo que contrasta con los 821 millones de personas que sufren malnutrición crónica y las consecuencias del cambio climático.

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