Patinaje urbano: ¿Movilidad sostenible o temeridad?

Patinaje urbano
Calzarse unos patines de los «de bota dura» o tomar el monopatín y lanzarse a la calle a hacer todo tipo de maniobras y a moverse por la ciudad, desplazándose a la velocidad del rayo por asfalto, aceras y carril bici es la meta de los patinadores callejeros. Para muchos de ellos, su día a día, la manera de desplazarse de forma cotidiana, si bien en ocasiones patinan sólo por la noche para hacerlo con menos tráfico y transeuntes.

Viéndolos circular, es fácil pensar que van a lo loco y, de hecho, algunos de ellos suelen enfrentarse a multas elevadas por circular de forma temeraria. En sus modalidades más extremas, el patinaje callejero incluye dejarse arrastrar por un coche incluso en horas punta, aunque suele ser algo pactado de antemano.

Aún así, el peligro es más que obvio, tanto para quienes lo practican como para la seguridad vial en general. Sin embargo, dentro del patinaje podemos encontrar desde un los estilos más agresivos a otras formas de hacerlo que se caracterizan por ser moderadas, ademas de que resulta obvio también que cada patinador tiene su estilo propio y su manera de hacer las cosas.

Espíritu de libertad…

El patinaje urbano o Freeskate nace de la emoción que supone poder patinar por cualquier tipo de suelo esquivando obstáculos, buscando hacer lo imposible por controlar la situación. Eso, como concepto, pero también es cierto que pueden controlarse las técnicas más sencillas para poder rodar por distintos suelos, subir o bajar bordillos y frenar adecuadamente. Pero, al mismo tiempo, en niveles más avanzados entran técnicas de saltos, derrapes, bajada de escaleras casi en volandas, agarrados a las barandillas, saltando escalones a gran velocidad…

¿Se disfruta? Naturalmente, el riesgo, esa manera de moverse, casi volando, conlleva un chute de adrenalina que convierte un paseo por la ciudad en toda una experiencia, aunque las maniobras aéreas, alcanzar grandes alturas o hacer backflip, giros imposibles, con vueltas incluidas es una auténtica locura en determinados escenarios urbanos. Sobre todo, en los más transitados, y del mismo modo sucede cuando se practica con monopatín.

No en vano, el patinaje callejero puede considerarse un deporte extremo, y por mucho que estén reforzados los patines y no falte el casco, rodilleras y coderas, ese mágico deslizarse de diferentes formas va más allá de divertirse.

Patinaje
Por otra parte, el patinaje de velocidad se caracteriza por su técnica depurada orientada esencialmente a rodar más rápido con un mínimo esfuerzo. Se trata de una disciplina que puede practicarse para transitar por los carriles bici, si bien alcanzar una cierta velocidad hace que se corra los riesgos típicos, pero no dejan de ser los propios del patinaje como deporte proclive a caídas y lesiones. Aunque, a su vez, en un entorno urbano hay más elementos en juego que pueden agravar la situación, desde los mismos peatones hasta bicis y demás tráfico rodado.

Patinando al filo de lo imposible

El peligro, muchas veces, llega más por falta de precaución y técnica que por el tipo de patinaje. En las grandes ciudades se ven exhibiciones que dejan sin aliento. Auténticas temeridades que no dudan en jugarse la vida propia y la de los demás, atravesando vías rápidas en horas punta, agarrados a coches para subir cuestas o simplemente para descansar y adelantar en trayectos más largos.

Confían en su destreza. Lo cierto es que rozan el equilibrismo de un funambulista, y además reaccionan con una rapidez felina que deja atónito. Dominan el patinaje de velocidad y los trucos del patinaje agresivo, saben reaccionar con rapidez ante cualquier imprevisto, pero no son infalibles. Nadie lo es. Más allá de las multas, de ir blindados con protecciones y casco, importa que se lo juegan todo a una carta, y aunque llevan las de perder obligan también a los demás a hacerlo. Y es que, sea lo que fuere lo que hacen, patinar sobre el filo de la navaja no es sostenible. Ni como argumento ni a nivel ambiental.

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