Tristes playas artificiales junto a un río polucionado

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Las playas artificiales de Buenos Aires, conocidas como playas porteñas, son muy populares y populosas. No les falta detalle: juegos acuáticos, arena, sombrillas, sillas de playa, zonas verdes…

Eso sí, nada de mar, entre otras cosas porque está a cientos de kilómetros. Lo suyo, en este caso, sería poder bañarse en el río. Se trata, obviamente, del Río de la Plata, también conocido como «Mar dulce», donde hoy, lamentablemente, está prohibido bañarse por su alto nivel de polución.

Un río polucionado

En efecto, sus aguas no son aptas para el baño, y los «bañistas» deben conformarse con las instalaciones playeras construidas en el mismo margen del río.

Antaño era otra cosa. Cientos de personas disfrutaban de sus aguas en el espacio construido para tal fin. Era una especie de playa con acceso al río.

Actualmente, allí donde se construyó un balneario municipal actualmente está la Reserva Ecológica, el espacio verde más grande de la ciudad. Un ecosistema muy rico en biodiversidad que se encuentra en la misma urbe.

En ella se conserva fauna y flora autóctonas de la costa del Río de la Plata, un lugar protegido que no deja de ser una excepción a la regla. Al tiempo que pese a su polución, el inmenso río es actualmente un enclave hermoso, que tiene atractivo turístico por los paisajes de la ciudad que pueden verse mientras se recorre a pie la costa. Una vista privilegiada, pero bañarse no es precisamente lo que apetece.

En las aguas que no bañan Buenos Aires su polución puede ser menor. Recordemos que es frontera entre Argentina y Uruguay, un río caudaloso y muy largo, con una longitud de más de 300 km, y que incluso tiene islas y varias ciudades costeras, entre ellas Buenos Aires y Montevideo.

Desde que empieza a apretar el calor, es habitual querer escapar del mundanal ruido, del bullicio capitalino. Los mismos espacios verdes urbanos sirven para extender las toallas y broncearse.

No acaba de ser un plan idóneo para desconectar, pues el ruido del tráfico suena de fondo, y no precisamente musical. Entre edificios altos, familias y amigos extienden sus toallas.

Del mismo modo que la ciudad se ha construido de espaldas a este río, tan ancho como un mar, sus aguas polucionadas no invitan a bañarse, pero sí lo hacen al otro lado.

En Montevideo, construida de cara al río, el escenario es muy otro, si bien en ambas orillas se han vetado playas que antaño fueron famosas a causa de la polución de sus aguas.

En la capital uruguaya las playas a lo largo de su margen son mucho más limpias. Tiene diversas atracciones a ambos lados, y suelen estar muy concurridas, sobre todo cuando hace buen tiempo. Pero falta lo principal: un río con aguas menos turbias.

De sus aguas dependen alrededor de 15 millones de personas, que habitan en sus riberas. Si antaño los marinos podían llenar sus cantimploras con su agua, ahora aquello es sencillamente historia.

La contaminación del río más ancho del mundo ha dejado atrás su época dorada. Ahora, su realidad está marcada por una contaminación procedente de distintos orígenes.

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Son amenazas comunes a otros ríos y ecosistemas en general. La degradación de sus aguas obedece a causas tan variadas como la agricultura extensiva, residuos industriales, actividad portuaria, la urbanización y descarga de aguas residuales de los habitantes de las poblaciones costeras.

Para poder volver a bañarse en sus aguas queda mucho camino por recorrer. Mejora de los sistemas de filtración de aguas sanitarias, recuperación de las riberas erosionadas y, en fin, evitar que siga utilizándose como basurero por parte de unos y de otros. No en vano, por polucionados que estén los ríos siguen siendo fuente de vida de la que dependemos, de forma directa e indirecta.

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