Abre en Lanzarote el primer museo submarino de Europa


¿Qué ocurre si sumergimos unas esculturas con forma humana en el fondo del mar y el resultado lo convertimos en un museo? Justamente, ocurre lo que ha pasado en el primer museo submarino de Europa, creado a partir de esta brillante idea.

Entrar en el museo significa sumergirse en un mundo submarino que conforma un universo único en aguas atlánticas de Lanzarote, cerca de la costa de Playa Blanca, a 14 metros de profundidad.

Un lugar para la preservación

Eso sí, para poderlo visitar necesitamos ser unos buenos nadadores o bucear de lo lindo con nuestras gafas, aletas, botellas de aire y un buen traje de neopreno. O quizá lo suyo sería no hacerlo para así contribuir a que el entorno goce de una tranquilidad en realidad necesaria para la flora y fauna del lugar.

Aunque, todo sea dicho, siempre que el enclave no sufra masificación, tan desagradable como dañina para el medio ambiente, será recomendable visitar el Museo Atlántico de Lanzarote, que alberga 300 esculturas del artista británico Jason de Caires.

Son esculturas con forma humana y vegetal, concebidas para formar parte de conjuntos escultóricos que solo cobran su sentido cuando se sumergen en el lugar para el que fueron creadas. Han ido colocándose de forma progresiva, hasta llegar a los tres centenares previstos para inaugurara este curioso museo submarino, un auténtico oasis de paz y naturaleza.

Conforman bosque de figuras que, además de ser arte submarino busca convertirse en un espacio de preservación del ecosistema de varias maneras: desde su conversión en un entorno amigable para las especies hasta la inversión en investigación para la preservación de la isla a nivel ambiental.

La sostenibilidad del mismo parque también se ha buscado a través del material con el que se realizan las figuras. No solo por su durabilidad, estimada en unos 300 años, sino también por su inocuidad. Se trata de un tipo especial de cemento que respeta el equilibrio del ecosistema.

Museo-submarino-Lanzarote
Aunque representan un elemento ajeno al ecosistema, con el tiempo los microorganismos las colonizarán y se convertirán en una suerte de arrecifes que servirán de refugio para muchas especies. Además, el 2 por ciento de los ingresos que tenga el museo se dedicarán a la investigación sobre la conservación de la isla. Una cantidad un tanto exigua.

Sobre todo, teniendo en cuenta que para obtener beneficios sustanciales el bosque debe explotarse de forma importante, lo cual supone un arma de doble filo. Por una parte, generar dinero supondrá poder llevar a cabo más investigaciones de vocación conservacionista, pero por otra parte el porcentaje dedicado es tan pequeño que realmente debe ocurrir prácticamente un milagro para que valga la pena.

Por otra parte, la explotación turística de la zona precisa de unos estrictos controles de sostenibilidad que probablemente hagan incompatible la misma. Así pues, nos encontramos en un callejón sin salida: o explotamos y recaudamos o respetamos y no conseguimos esos beneficios, de los cuales una ínfima parte se destinarán a la investigación.

Sea como fuere, una solución respetuosa con la naturaleza a la par que lucrativa parece difícil, aunque tener que mojarse para entrar en un museo parece un método disuasorio bastante efectivo. Todo un reto, sin duda, al tiempo que se puede recurrir a fórmulas alternativas, por ejemplo aquellas que permiten llevar a cabo iniciativas de forma virtual, bien mediante vídeos, transmisiones en directo y visitas controladas que no caigan en abusos.

En definitiva, la moda de los museos submarinos es estupenda si se consigue la cuadratura del círculo, aunque todo es cuestión de hacer números, tener imaginación y aplicar el sentido común, el menos común de los sentidos. Otros similares se encuentran en Egipto, donde podemos ver los tesoros antiguos, así como en el Caribe mexicano.

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