El autoconsumo eléctrico: ¿una solución o un problema?

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El autoconsumo energético es una fórmula muy atractiva, no cabe duda, pero ponerla en práctica puede ser todo un acto de valentía o quizá incluso de temeridad. Mucho me temo que no cabe afirmar otra cosa si tenemos en cuenta el poco eco amigable marco normativo español.

Con el tiempo, probablemente pronto, las condiciones podrían ser mucho más favorables, y encontrar un escenario más amigable, que no convirtiese en una fuente de problemas y gastos la apuesta por una alimentación eléctrica generada por el mismo consumidor.

El autoconsumo, misión imposible

Ya sea un ciudadano de a pie o una empresa, recurrir a la autosuficiencia energética es una actividad de alto riesgo. Tanto por las mismas características de las tecnologías normalmente utilizadas, como son la eólica y la fotovoltaica, dependientes de la climatología, y por lo tanto intermitentes, como por los impuestos que hay que apoquinar si seguimos conectados a la red.

Es decir, la desconexión de la red es la única opción que nos queda si no queremos encarecer el precio de la energía hasta límites que acaban desalentando al más pintado.

A ello hemos de añadir la inversión necesaria a nivel tecnológico. Sin subvenciones, hay que esperar más de una década para amortizarla, lo cual supone otra barrera, aunque la bajada de precios de las tecnologías está haciendo una diferencia en este sentido.

Con el agravante de que no se puede vender la electricidad generada ni tampoco comprarla a otros productores de energía verde, por lo que los excedentes solo pueden regalarse o, si se quiere evitar tal cosa, una opción es programar la generación hasta llegar a unos límites prefijados.

A partir de ellos, una vez almacenada la energía, la instalación sencillamente se desprograma para así evitar tener que derivar la energía sobrante a la red. Una triste solución si tenemos en cuenta cómo funcionan las cosas en otros países.

Un ejemplo puntero lo constituye Alemania. Por una parte, el país germano no solo intenta reducir su gran dependencia de los combustibles fósiles incentivando a los ciudadanos (pueden almacenar, vender y comprar energías renovables), sino también a las empresas.

Su plan verde implica una enorme inversión en energías renovables, con el objetivo no solo de dejar de ser deficitaria sino también con la intención de poder cerrar todas sus centrales nucleares.

El plan está costando grandes esfuerzos y no menores sacrificios de parte del erario público y de los mismos ciudadanos, que colaboran con impuestos especialmente altos destinados a este fin. A diferencia de nuestro país, los impuestos solo sirven para perpetuar un modelo periclitado, lo cual significa seguir manteniendo unos beneficios desorbitados.

Un dinero que, en definitiva, acaba enriqueciendo a unos pocos, perpetuando la pobreza energética y un modelo energético que va en contra de las urgentes medidas que requiere la lucha contra el cambio climático y un respeto ambiental no menos perentorio.

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¿Pero, hasta cuándo? Las directivas que está preparando la Unión Europea marcarán un antes y un después en España. Las energías renovables serán prioritarias y, por supuesto, se fomentará el autoconsumo. Entre otros aspectos, el impuesto al sol tendrá que derogarse.

De hecho, podría ocurrir sin directivas de por medio. Sin ir más lejos, la semana pasada casi todos los partidos políticos de la oposición al Gobierno (salvo Foro Asturias) han apoyado la presentación de una iniciativa parlamentaria que pretende crear una nueva ley que potencie el autoconsumo eléctrico.

En concreto, se busca eliminar los cargos que implica el denominado impuesto al sol con la creación de una nueva ley que lo fomente. Básicamente, se pretende hacer viable la opción del autoconsumo eléctrico.

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