El modelito es raro, raro, raro, hasta mareante, pero sólo si lo miras de cerca. Y no es para menos, pues está hecho con muchos miles de etiquetas de plástico de pan de molde. Eso sí, a una distancia prudencial, sin acercarse demasiado, la novia da el pego, va de lo más elegante y, no pueden negarse, también original, quizás en demasía. Pero su gracia no está en lo que se ve. No, al menos, para su creadora, que no es otra que la misma contrayente de la ceremonia nupcial.
En un día tan especial, el vestido de novia no podía serlo menos. Un objetivo cumplido, sin duda, y lo suyo ha costado. Ni un año ni dos, sino la friolera de una década entera ha sido necesaria para ir reuniendo estas etiquetas, un trabajito en el que han colaborado familiares y amigos, pues de otro modo hubiera sido imposible conseguir materia prima suficiente con la que confeccionarlo.
Stephanie Watson dio el sí quiero a Will Walpling enfundada en un traje que podría marcar tendencia, sobre todo por aquello de economizar en la vestimenta para tan gran día. Las ideas no dejan de surgir al hilo de este exitoso intento de reciclaje nupcial: por ejemplo, podríamos reciclar otro tipo de etiquetas, envases, tapones, pegatinas que regalan con los pastelitos…
En este caso, se necesitaron 10.000 etiquetas, una máquina de coser, una simple tela de algodón y cientos de horas de trabajo para conseguirlo. En total, se gastaron 36 dólares, sin contar éstas últimas que, si hubiera habido que pagarlas, otro gallo cantaría.
Para Stephani y Will, el reciclaje simboliza el tiempo que han estado juntos antes de casarse, la demostración de que se trata de una decisión meditada. Igualmente, consideran el vestido como un bonito modo de evocar los momentos más felices de su amor.