El consumismo afecta a nuestro bolsillo y también al medio ambiente. Cuando nos excedemos como compradores y usuarios de servicios acrecentamos nuestra huella de carbono y generamos más residuos, al tiempo que contribuimos a la sobreexplotación de los recursos naturales de modo gratuito.
Ser un ciudadano responsable con el medio ambiente, por lo tanto, tiene mucho que ver con ser también un consumidor responsable y actuar de forma inteligente, intentando encontrar el difícil pero posible equilibrio entre una vida confortable y el cuidado de nuestro planeta.
En esencia, responsabilidad es decidir qué compramos a partir de un criterio propio, sin dejarnos llevar por los mensajes publicitarios, que nos incitan a consumir constantemente. Y, del mismo modo, el consumo de determinados productos significa el apoyo a una determinada manera de hacer las cosas. Si bien no se trata de vivir al margen de la sociedad, sí de ser conscientes de que nuestras decisiones como consumidores tienen su importancia en este sentido.
Lógicamente, no será lo mismo comprar libros que recurrir al servicio de préstamo de la biblioteca. O comprar productos ecológicos que aquellos otros que utilizan para su fabricación o cultivo elementos químicos y otros materiales contaminantes y/o tóxicos.
Ni tampoco puede compararse optar por el circuito del comercio justo frente a, pongamos por caso, adquirir artículos que utilizan ingredientes peligrosos para la salud y el medio ambiente, como el aceite de palma. Igualmente, la explotación laboral de niños es una práctica relativamente habitual en la fabricación de numerosos artículos producidos en países menos desarrollados.
Antes de comprar
Estar informado, tener interés por este tipo de cuestiones por lo tanto, es clave a la hora de poder tomar decisiones acertadas sobre qué comprar o qué servicios elegir. Pero no sólo eso, porque también existen una serie de pautas eco-amigables que nos ayudarán a conducirnos en nuestro día a día de un modo sencillo y más sostenible.
Las costumbres verdes que nos ayudan de forma rutinaria son realmente útiles, como por ejemplo algo tan fácil como elaborar una lista de la compra antes de ir a comprar al súper, y luego ajustarnos a ella. O, por supuesto, también establecer una serie de comparaciones racionales a la hora de valorar una oferta, pues no siempre comprar económico acaba saliendo más barato ni resulta ecoamigable. Sobre todo, no equiparemos oferta con oportunidad que hemos de aprovechar, sino más bien con una técnica de marketing que podría interesarnos sólo en casos muy determinados, tras una reflexión en frío.
Si nos interesa un producto, antes de decidirnos a comprar, hagámonos una serie de preguntas: cómo se ha fabricado, si media una explotación conocida, si la producción es sostenible… A su vez, pensemos si no podríamos obtener ese mismo artículo pidiéndolo prestado, mediante trueque, reciclando o reutilizando esos objetos que quizá puedan repararse.
Las carencias afectivas son otro de los problemas que suele haber detrás de un comportamiento compulsivo de compra, por lo que si sospechamos que tenemos algún problema de este tipo, busquemos ayuda. Atacar el problema de raíz es importante por nosotros mismos, y también para nuestro bolsillo y el planeta.
No caer en la tentación
Ser esclavos de la moda o de las tendencias es una actitud poco ecológica que, sin reflejar siempre un problema afectivo, a su vez puede representar un obstáculo para encontrar el camino a la realización personal y, en fin, a la felicidad que todos buscamos.
Por último, la estética es otra de las tentaciones a las que nos somete el mercado. Elegir o primar en la medida de lo posible productos sin envase, embalaje ni envoltorios, renunciar a lo supérfluo, es un gesto verde que hace un claro favor a nuestro planeta. Lo innecesario, en este caso, provoca emisiones también innecesarias. Y, aunque el sector productivo debería asumir la mayor responsabilidad a la hora de respetar el entorno, también los consumidores tienen voz. Hacer que se escuche es cosa de cada uno de nosotros.