La polución atmosférica es el gran enemigo de la habitabilidad en un sinfín de urbes. Sin embargo, el problema de la contaminación va más allá. No solo aludimos al ruido, sino a la polución lumínica, otro gran drama ambiental que puede afectar a nuestra salud.
Pero no solo eso, porque cuando decimos que una ciudad padece de contaminación lumínica estamos diciendo también que ver las estrellas es un lujo inalcanzable. Misión imposible, para ser exactos. Veamos qué es la contaminación lumínica y por qué es tan importante combatirla.
Un problema muy común
Podemos definir la contaminación lumínica como la presencia de luz anormal o molesta de tipo artificial, por lo general con consecuencias negativas en los ecosistemas.
Tanto aquellas que afectan a la salud de las personas y mascotas como al entorno, incluyendo flora y fauna. Si se produce en la ciudad, la contaminación afecta a la misma urbe y a su entorno, por lo que podemos encontrar este problema en nuestro hogar, y resultar nefasto tanto para sus moradores como para el medio ambiente.
No en vano, la suma de todas las luces acaba siendo un auténtico drama ambiental en el mismo medio urbano, donde también hay biodiversidad o, el menos, debiera haberla.
Afecta a los polinizadores, a las aves y a todo «bicho viviente» que se ve envuelto en esa nube entre amarilla y anaranjada que todo lo cubre. A consecuencia de ello, se produce una importante pérdida de biodiversidad.
Como puede verse en la imagen satelital de un mapa mundi, aquella famosa frase del grano que no hace granero pero ayuda al compañero cobra toda su importancia. El resultado es una degradación ambiental que puede afectar a los ritmos biológicos de personas y animales, si bien hay que reconocer que la iluminación pública, en espacios abiertos, contribuye en gran manera.
El descanso se ve roto de uno u otro modo, tanto la calidad del sueño como las horas de vigilia y los problemas de conciliar el sueño. Un desorden que, según alertan los expertos, afecta además a otras muchas funciones del organismo, provocando trastornos como la ansiedad o la obesidad.
A los niveles ambiental y económico, el despilfarro de luz se traduce en una huella de carbono importante, así como en una aceleración del cambio climático. Sobre todo cuando se recurren a fuentes de energía no renovables.
En definitiva, reducir la contaminación luminosa es una necesidad para la prevención y mejora de la salud humana, al tiempo que la naturaleza recuperar su ciclo. A su vez, claro está, la recuperación de un cielo estrellado tiene una gran importancia.
Las razones son muchas. No solo se trata de un problema de tipo paisajístico o de no poder apreciar las estrellas para soñar despiertos o hacer observaciones astronómicas. Su ubicuidad es el principal problema. No exactamente en cuanto a espacio, por que sobre todo se concentra en las ciudades y conurbaciones, sino en lo relativo a las personas a las que afecta.
Según el Nuevo atlas mundial de la contaminación lumínica, el 83 por ciento de la población mundial sufre este tipo de contaminación. Una cifra alarmante que roza el ciento por ciento (99%) si sumamos el área de Estados Unidos y Europa. Por contra, hay zonas más privilegiadas que otras, como por ejemplo el norte de Escocia, Ucrania o la provincia de Cuenca.
¿La solución? No se trata de apagar las luces, obviamente, pero sí de reducir la polución luminosa de forma significativa mediante una iluminación mejor adaptada. Del mismo modo que se diseñan paisajes desde un enfoque ecológico, la iluminación debe considerarse una parte clave de éstos a partir de ahora.