La industria de la iluminación parece haberse apagado de repente con la aparición de esta nueva bombilla, que tiene toda la pinta de ser un ingenio pluscuamperfecto. ¿Pero, se trata de un producto realmente innovador, no perecedero, que cumple todo lo que promete?
Sin ánimo de hacer una crítica gratuita, lo cierto es que como cualquier otro producto revolucionario, suscite un sinfín de interrogantes y dudas. En este caso, el hecho de que la nueva bombilla IWOP dure, dure, y dure hasta incluso poder dejarla en herencia… resulta tan sorprendente que era de esperar que la comunidad científica se mostrara escéptica.
¿Está justificada esa desconfianza? Por un lado, que una bombilla tenga una larga vida, pero larga de verdad, no es una novedad tecnológica. De hecho, el ingenio está fundamentado en la famosa bombilla de un cuartel de bomberos de California que lleva la friolera de 111 años encendida.
El empresario Benito Muros, presidente de la compañía catalana OEP Electrics y un equipo internacional de ingenieros se inspiraron en ella para desarrollarla. Se necesitó más de una década de investigación, y finalmente el resultado ha sido la IWOP, una bombilla sin fecha de caducidad, reparable, que obviamente, puede atribuirse esa famosa frase de que dura toda la vida.
Sin obsolescencia programada
El invento es todo un paradigma o ejemplo de la no obsolescencia programada, es decir, el producto no está diseñado para estropearse al cabo de un tiempo, de forma premeditada. Es más, Muros aboga por la creación de nuevos productos dentro de esta misma línea:
Queremos crear un movimiento para incentivar que otros fabricantes se olviden de la obsolescencia programada. La crisis actual tiene que ver con una forma socieconómica basada en eso, que hace que cuando la gente acaba de pagar un televisor, un frigorífico o cualquier producto electrónico, este ya se estropea y tiene que volver a comprar otro y endeudarse.
Igualmente se asegura que esta bombilla LED resulta ecológica por triple partida, pues no genera residuos, permite ahorrar un 92 por ciento en la factura de la luz y tiene un huella de carbono envidiable, con un 70 or ciento menos de CO2.
Todo en ella son ventajas, sólo le falta no necesitar electricidad: su gasto ronda los 214 Lm/W, frente a los 150 Lm/W de una LED convencional, produce la luz cálida de las bombillas clásicas, y consume solo 3,5W, hasta un 50 por ciento menos en relación a las otras LED, cuyo punto fuerte, recordemos, es la eficiencia.
Como punto débil, aunque no tanto si se tiene en cuenta su durabilidad, resulta más cara que una tradicional (unos 40 euros), si bien las LeD suelen serlo y quizá esté justificado, pues la fabricación «es compleja «, apunta Muros.
¿Un producto milagro?
Las voces críticas tienen dudas razonables, aunque no todas lo son. Es muy discutible, sin ir más lejos, que la durabilidad de los aparatos electrónicos sea una respuesta a la demanda del mismo usuario, que quiere pagar poco y comprar siempre lo último.
Sí es lógico, sin embargo, dudar de su eficiencia ante la falta de información precisa sobre sus características técnicas y análisis independientes. Una carencia que, en este caso, se convierte en el principal talón de Aquiles de una bombilla que casi parece mágica.
¿Es fiable o no, entonces? Como en tantas otras cuestiones, lo importante es ser consumidores informados, críticos, exigentes y abiertos a innovaciones. Porque ni es oro todo lo que reluce ni la iluminación LED durable es un nuevo invento. La incógnita es saber hasta dónde puede llegar esa fecha de caducidad realmente y si las virtudes que la adornan son científicamente reales…