¿Energía nuclear sí, no…? A lo largo de los años, la opinión pública ha ido experimentado cambios en sus percepciones. Desde una bien vista construcción de las primeras plantas nucleares en los 70 para paliar la crisis energética originada por la escasez del petróleo, hasta la frontal oposición liderada por organizaciones ecologistas desde los 80.
Actualmente, salvo algunas excepciones, como el ambientalista James Lovelock, los grupos ecologistas siguen luchando a brazo partido por su cierre y nadie puede negar sus riesgos, si bien algunos expertos que apuestan por las centrales nucleares como una de las mejores alternativas a los nefastos combustibles fósiles.
Afirman que con las modernas tecnologías es segura, y también sostenible, ya que confían en el torio como sustituto del uranio, en caso de que éste se agotase.
A su vez, un amplio sector la considera una energía limpia y, por otra parte, cada vez son más los países que se apuntan a un uso transitorio para hacer factible el abandono de los combustibles fósiles en favor de las energías renovables.
¿Pero, la energía nuclear es verde? Aunque pueda parecernos complicado sacar una conclusión, hay realidades que son palmarias, y esas son las que nos dan una respuesta a la pregunta. A continuación, repasamos algunas de las principales razones por las que las centrales nucleares no son verdes, sino todo lo contrario.
Los residuos y la radiactividad
Tal y como ha afirmado Greenpeace en innumerables ocasiones, la energía nuclear no es en absoluto una energía verde y, por lo tanto, no puede ser presentada como tal. Entre otras razones, la organización ambientalista subraya la dañina actividad minera en torno al uranio y los residuos nucleares, que suponen «una amenaza mortal durante 100.000 años».
El riesgo de accidente y sus dimensiones
Si bien las nuevas tecnologías han mejorado los estándares de seguridad, también es cierto que ese riesgo sigue existiendo. Además, surgen otros nuevos, como el riesgo de sufrir ataques informáticos. Según un nuevo estudio del Instituto de Relaciones Internacionales británico, se trata de un peligro «creciente».
Los desastres nucleares tienen consecuencias globales e incontrolables. No solo se contamina el suelo de los alrededores, sino también las aguas, y los seres vivos que no sufran la radiación directamente la irán absorbiendo a lo largo del tiempo. Sus consecuencias permanecen durante siglos y suponen una catástrofe ambiental enorme que, obviamente, sufre también la salud pública.
Los accidentes de Chernobyl y Fukushima han sido los más dramáticos, pero realmente han sido muchos más. Sus dimensiones estremecieron al mundo, y siguen haciéndolo. Evitarlas en el futuro ha significado reforzar las medidas de seguridad para las naciones más dependientes de esta energía, como el mismo Japón. Para otras, como Alemania o Suecia, el objetivo es desmantelar el país de forma progresiva. Sin marcha atrás.
¿Una energía limpia?
Los partidarios de la energía nuclear suelen argumentar que, junto a la hidráulica son las tecnologías de generación de electricidad más limpias. Fundamentalmente, por producir menos gases de efecto invernadero.
Lo cierto es que la atmósfera recibe menos CO2, pero una energía caracterizada por todo lo apuntado anteriormente no permite definirla como una energía ecológica. Del mismo modo que la energía hidráulica rompe el ciclo hidrológico, con las nefastas consecuencias ambientales que ello supone, con mayor motivo, si cabe, la energía nuclear tiene en jaque a todo el entorno.
Subrayar solo una de sus características es falsear la realidad. Definitivamente, la energía nuclear no puede ingresar en el selecto club de las energías verdes. ¿Y, entonces, qué hay de la energía hidráulica? Su inclusión también es muy controvertida, pero esa es otra historia, y la dejamos para más adelante.