El agua potable es un recurso natural, pero no resulta gratuito y, como sabemos, en muchas zonas del planeta ni siquiera es accesible. Se trata de un recurso escaso y necesario, imprescincible para la supervivencia, que si bien no se reparte equitativamente, sigue sin dueño, aunque también habría que matizar esta afirmación.
Matizarla es, por ejemplo, hablar de Nestlé, uno de los motivos por los que puede afirmarse que el agua potable muy a menudo tiene dueño. No en vano, es el líder mundial en la venta de agua embotellada, lo que supone casi una décima parte de sus beneficios, es decir, cantidades de dinero astronómicas que suma cada año sólo por envasarla.
No contenta con eso, la voracidad de la multinacional, el mayor fabricante de alimentos del mundo, sigue alimentándose a sí misma y, tratándose de aguas, el objetivo no es otro que nadar en mayor abundancia. Y la receta es sencilla: privatizar el agua del planeta.
Peter Brabeck-Letmathe , su presidente, defiende la idea con total naturalidad, la misma que pueda tener el agua cuando entra en contacto con el tóxico PET. Explica y vuelve a explicar, -no es la primera vez que hace estas declaraciones-, que el agua no deja de ser un producto y como tal debe ser comercializado. ¿Su precio? Dependerá de la cantidad que se consuma, y «cuanto más consumas, mayor debe ser el precio».
¿Esa venta sería equitativa, es decir, ayudaría a repartirla mejor? La cuestión está clara como el agua: quien no la paga, no la tiene, por lo tanto, lejos de ser un derecho básico y gratuito o de intentar garantizar que así sea para toda la población mundial, sería tratada como producto comercial.
Un negocio multimillonario
¿Pero, qué se esconde detrás de este interés? ¿Acaso Nestlé busca racionar el agua poniéndole un precio para que no se despilfarre? De acuerdo con el mandamás de la omnipresente Nestlé, las grandes empresas deben disponer de todo el agua del planeta y la población disfrutarla previo pago.
Así las cosas, detrás de este interés en privatizar el agua se esconde una razón llamada dinero, dinero y más dinero, montañas, ríos, lagos y mares de dinero. Como prueba, el nulo cuidado que pone la multinacional a la hora de preservar los entornos naturales de los que extrae el agua, tal y como vienen denunciando desde hace años las organizaciones ambientales.
Según Corporate Watch, sin ir más lejos, una organización científica que investiga desde la independencia, Nestlé obtiene enormes ganancias por la comercialización de agua potable, y ello supone graves daños ambientales.
Entre otras malas prácticas, extrae el agua subterránea sin contemplaciones, dejando sin suministro a zonas rurales que dependen de ese agua para su subsistencia. Sin indemnizaciones de ningún tipo, pese a sus escandalosas ganancias anuales por la venta de agua embotellada, que superan los 35.000.000 dólares.
Corporate Watch tacha a la multinacional alimenticia de tener un inexistente respeto por la salud pública y por la del planeta. Así resumen su vergonzosa actividad:
La producción de agua mineral Nestlé implica un abuso de los recursos hídricos vulnerables en la región de Serra da Mantiqueira de Brasil. En concreto, se ha practicado un bombeo excesivo que ha provocado daños y agotamiento crónico de la zona, difícilmente recuperable.
Defensa a ultranza de Monsanto
Tampoco es un secreto que el gigante Nestlé apoya la actividad monopolística e imperialista de Monsanto, la famosa multinacional química, líder mundial en transgénicos, fertilizantes y abonos químicos.
«Nunca ha habido enfermedad alguna causada por el consumo de productos genéticamente modificados», sostiene el exdirector general y ahora presidente de la misma compañía que, mire usted por donde, está en la lista roja de marcas que utilizan transgénicos, divulgada por Greenpeace.