El concepto de casa pasiva no existiría si no existiera un contexto polucionador en torno a las viviendas, fundamentalmente relacionado con los materiales de construcción empleados y la energía que consumimos una vez se habita.
Por lo tanto, si las casas contaminan el medio ambiente del mismo modo que puede hacerlo el transporte o la industria, también hay alternativas que implican una contaminación menor. Igual que un coche eléctrico o una bicicleta son ejemplos de transporte sostenible, una casa pasiva representaría la idea de vivienda verde.
Así pues, podemos definir una casa pasiva como una vivienda prácticamente autosuficiente para satisfacer sus necesidades de energía, por lo general recurriendo a una arquitectura eco-amigable que incluye un adecuado aislamiento y el uso de energías limpias.
¿Se han de cumplir unos criterios?
Aunque la idea general admita muchas variaciones en la práctica, la normativa a menudo determina una serie de características o requisitos, entre otros exigencias mínimas de resistencia térmica de los distintos tipos de estructuras o, por ejemplo, unas necesidades de calefacción mínimas, tal y como hace la norma alemana Passivhaus.
En este área, la arquitectura alemana y estadounidense se consideran grandes referentes. No en vano, el concepto de casa pasiva lo desarrolló en 1991 el profesor Wolfgang Feist del Instituto de Vivienda y medio ambiente de Darmstadt, en Alemania. Anteriormente, en la década de los ochenta, The American Institute of Architects publicó un libro titulado «La casa pasiva: clima y ahorro energético».
Aunque la casa pasiva debe cumplir una serie de criterios si queremos ajustarnos a las normativas, interesante para conseguir posibles subvenciones, a la hora de elegir materiales de construcción las posibilidades son muy amplias.
Básicamente, puede afirmarse que ya se construya en madera, mampostería o con cualquier otro material de construcción sostenible, lo importante es el resultado final. Es decir, la huella que haya supuesto su construcción si además queremos que sea enteramente ecológica y, por supuesto, el cumplimiento de los criterios específicos como casa pasiva, sobre todo en consumo de calefacción y necesidades de energía.
No se trata de ubicar la casa en un lugar donde la climatología ayude, sino de reducir las necesidades mediante el aislamiento y el uso de técnicas bioclimáticas para aprovechar al máximo las energías renovables, como la del sol, geotérmica, mini-hidráulica o eólica, pongamos por caso.
Confort y sostenibilidad
La casa pasiva debe ser confortable sin que ese bienestar se base en el consumo de energía. Idealmente, la temperatura interior debe mantenerse a unos niveles de confort sin tener que activar un sistema de calefacción o aire acondicionado.
La climatización se consigue de un modo natural, conservando el calor lo máximo posible y minimizando su pérdida. A ello contribuye la radiación solar, el aislamiento térmico, la estanqueidad para evitar filtraciones de aire, una ventilación de doble flujo que permita la recuperación del calor, el uso de electrodomésticos eficientes y, entre otros factores, el uso pasivo de la energía solar.
Una vez construida la casa, el conjunto es lo que cuenta. Los cálculos térmicos ajustados a lo que se espera de una casa pasiva serán los que nos revelarán el éxito o fracaso del proyecto. Por lo tanto, aunque puede autoconstruirse habrá más garantías de acertar con el resultado cuanta más experiencia y conocimientos tengamos.
Si todo sale según lo esperado, la casa pasiva será de mantenimiento asequible, confortable y sostenible. Una contribución al cuidado del planeta que, por otra parte, también proporciona un bienestar que se traduce en confort térmico, acústico y buena calidad del aire interior. Eso sí, en muchas ocasiones su construcción puede tener un presupuesto excesivo que, también es cierto, va amortizándose con los años.