Reducir el número de coches en las ciudades significa menos contaminación, qué duda cabe, pero llegar a hacerlo es prácticamente una quimera. Más allá de fomentar el transporte público y, en general, la movilidad sostenible, acabar con la polución urbana sigue siendo uno de los principales retos de los gobiernos municipales.
Sin embargo, no faltan medidas al respecto. Son muchas y muy variadas, con una casuística que demuestra constancia y previsión en algunos casos, mientras en otros sencillamente se actúa a la desesperada.
Restricciones en 230 ciudades de la UE
Cuando los niveles de contaminación alcanzan niveles no recomendados o permitidos por leyes u organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay que actuar. De hecho, los niveles de polución elevados son peligrosos para la salud y también resultan una amenaza para el medio ambiente, tanto por el cambio climático como por la degradación de ecosistemas que conlleva a medio y largo plazo.
En Europa, al menos 230 urbes restringen la contaminación. Se hace de muy distintas maneras, que por lo general varían según el país, según concluye un informe de Ademe, la Agencia francesa de Gestión del Medio Ambiente y la de la Energía.
Las diferencias que distingue el trabajo se agrupan por la naturaleza de las medidas adoptadas, como por ejemplo, restringir la circulación de los vehículos más contaminantes, hacerlo de forma alterna o haciendo pagar un peaje urbano.
Ciudades como Madrid, Vitoria, Londres, Milán, Estocolmo o París las ponen en práctica. A su vez, existen diferencias en función de la superficie protegida, sobre la que se aplican las medidas, pudiendo abarcar varias ciudades, centrarse en los puntos más críticos o aplicarse en los centros urbanos, pongamos por caso.
A su vez, se hacen distinciones en función del tipo de vehículo, tanto con respecto a su distinto motor (diesel, gasolina, eléctrico, híbrido) o poder contaminador como en lo que se refiere a su clase. Las restricciones, por ejemplo, pueden enfocarse a turismos, motos, autobuses o camiones en función de la problemática y circunstancias que se den.
El trabajo también menciona la importancia de tener en cuenta el marco regulatorio en el que nos movemos. En cuanto a la normativa europea, se destaca el progresivo endurecimiento de las reglas, cuyos límites no corren paralelos a adaptación de las políticas, pues de las 230 localidades repartidas en 23 países la gran mayoría se concentran en Alemania e Italia. Por último, la videovigilancia y la policía son los dispositivos de control más utilizados.
Un reciente informe de la OMS concluye que las emisiones de gases tóxicos en las ciudades han incrementado su porcentaje. En tan solo un lustro ha aumentado un 8 por ciento, concretamente del 2008 al 2013, el último año del que se disponen datos a nivel mundial. A su vez, se apunta que el 80 por ciento de las personas que viven en áreas urbanas están expuestos a niveles de polución que superan los límites máximos aprobados por la organización.
El trabajo cataloga los costes sanitarios, sociales y económicos de este problema de «enormes», pues además de ocasionar problemas de salud, la contaminación atmosférica es responsable de la muerte de «siete millones de personas cada año». Por último, un informe de la ONU denuncia una falta de compromiso general con el problema.
La principales causas de la contaminación del aire, como los gases tóxicos del tráfico rodado o la quema de residuos no se intentan controlar, concluye la investigación. En cifras, solo un tercio de los países han adoptado normas para reducir las emisiones de los coches y, por otra parte, únicamente uno de cada cinco gobiernos controla la quema de residuos en recintos abiertos.