En teoría, las ciudades inteligentes pueden ser cualquier cosa. Pese a ser una tendencia relativamente nueva, sin embargo, se apuesta por modelos sustentables como requisito esencial que cumplir a la hora de hacer un diseño.
Sostenibilidad no solo ambiental, sino también económica, buscando dar respuestas a retos locales, propios de cada urbe, así como a la interconexión que existe entre las ciudades en un mundo global.
La sostenibilidad, el corazón de la smart city
Buscar la sostenibilidad a nivel económico y social significa, además de apostar por modelos escalables, que supongan la reducción de costes a largo plazo, una política inclusiva que enriquezca la gestión municipal mejorando la transparencia, la participación ciudadana y la disponibilidad de datos para quienes los precisen.
Desde las empresas y otras organizaciones de distinto tipo hasta el ciudadano común, priorizando a los colectivos más vulnerables. Así lo plantean las legislaciones que existen al respecto, en concordancia con los programas internacionales de Naciones Unidas y otras entidades similares. A este respecto, cabe citar los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU.
La gestión sostenible de recursos, por otra parte, se orienta al doble beneficio que supone el ahorro de costes y el cuidado del entorno a un mismo tiempo. Ejemplos hay de muchos tipos, como la gestión de residuos urbanos a través de programas inteligentes dotados de sensores para ahorrar combustible y gastos de personal o la promoción de la movilidad sostenible mediante la coordinación de
Dentro del avance relativo a la mejora de la calidad de vida del ciudadano, igualmente, son bienvenidas las políticas que hacen uso de las nuevas tecnologías para dotar a las urbes de espacios verdes más numerosos y mejor cuidados.
La adecuada gestión de los recursos naturales, en suma, es posible gracias al apoyo de las TIC y del contexto creado por la actual era digital, pero siempre dentro de un escenario en el que la Smart City sea coherente en todas sus iniciativas. La sostenibilidad, en definitiva, es un valor central y polivalente que acaba beneficiando a todos los elementos del ecosistema urbano, incluyendo el natural.