El consumo de carne a nivel mundial, sobre todo de carnes rojas, es una fuente de problemas ambientales. Además de resultar un riesgo para la salud pública en cuanto se exceden las cantidades recomendadas, en efecto, la carne es sinónimo de deforestación, gases de efecto invernadero y uso de recursos básicos, como el agua o la energía.
Al margen de los peligros sanitarios, por lo tanto, la carne es poco eco amigable, además de suponer una crueldad para los animales, un aspecto tan obvio como importante de destacar.
Tres buenas razones
Así las cosas, reducir el consumo de carne es una cuestión tanto de salud como ambiental. En lo que respecta a este último aspecto, vamos a mencionar y explicar brevemente tres de ellas:
1. Un planeta más verde
Una industria ganadera pujante significa más deforestación, puesto que se precisa tierra para el cultivo del forrajeo. Por lo tanto, si la demanda de carne desciende se preservarán más espacios boscosos. Una triple ventaja por ser sumideros de carbono, hábitat de especies animales y vegetales y pulmones de oxígeno para la vida.
Actualmente, un tercio de la tierra cultivable se destina a la alimentación de los animales de granja, con lo que no solo se precisa reducir el consumo de carne, sino también el de otros alimentos relacionados con esta industria.
2. Una mayor sostenibilidad
El hecho de que comamos carne significa no solo agricultura intensiva cada vez más expansiva, sino también menos comida para una población creciente. Es decir, la superpoblación, un problema de recursos de primer orden, tiene un lado verde muy problemático que representa todo un desafío de cara al futuro. De hecho, al margen de las desigualdades económicas a nivel geopolítico y también dentro de cada país en cuanto a la estratificación social, la seguridad alimentaria representa un problema de índole ambiental.
En efecto, no solo se trata de disponer de recursos sino de utilizarlos de forma sostenible. Conseguirlo, por lo tanto, idealmente implica un uso de los mismos desde un enfoque ecológico. De lo contrario, acabaremos encontrándonos en un callejón sin salida, tal y como nos advierten los científicos de la NASA, entre otros muchos.
3. Combatir el cambio climático
Comer carne, en tercer lugar, no ayuda, precisamente, a combatir el cambio climático. Ocurre justo lo contrario, y la razón es múltiple. Por un lado, el aumento de los gases de efecto invernadero se produce a consecuencia de la conocida emisión de metano por los mismos animales. pero eso no es todo, pues las emisiones de CO2 o, lo que es lo mismo, la huella de carbono del proceso productivo también se dispara.
En este sentido, hemos de referirnos al consumo de agua, al gasto de energía y a un sinfín de cuestiones relacionadas con todo lo relativo a su producción. Incluyendo, por otra parte, el declive o falta de promoción que conlleva para la economía local una alimentación menos verde pues, por norma general, la carne no suele producirse tan cerca como podrían hacerlo los cultivos de vegetales. Sobre todo, sería interesante con respecto a aquellos ricos en proteínas, como son las legumbres.
Como sustitutos de la carne, en lo que a ingesta de proteínas se refiere, encontramos un sinfín de vegetales que nos pueden ayudar a reducir su consumo o incluso a evitarlo.
En todo caso, recordemos que combinar las carnes rojas con las de ave resulta más saludable, tanto para nuestro organismo como para al planeta. Sin olvidar la importancia de comer pescado de vez en cuando. Con tantas opciones alimenticias a nuestra disposición, hacer una compra maestra, que cuide el bolsillo, la salud y el planeta es un reto a nuestro alcance.