El chicle es un producto que se consume mucho. Es habitual que cada persona mastique algún trozo de goma de mascar varias veces por semana. Sin embargo, es un producto que genera muchos problemas porque no es habitual que suela reutilizarse, además de tardar una media de cinco años en desintegrarse. Y a ello hay que añadir todos aquellos gastos derivados de despegarlos de las calles y los problemas que origina su limpieza. La situación, ahora, parece cambiar porque en el Reino Unido se ha dado con la clave para que este producto tenga otra vida útil.
La idea
Hasta ahora no era habitual que un chicle pudiera reutilizarse ni reciclarse. Sin embargo, la diseñadora británica Anna Bullus parece que ha dado con la solución. Y es que tras encontrase un trozo de chicle en la calle comenzó a pensar, por su profesión, en por qué no podía hacerse nada con la goma de mascar.
Dándole vueltas a la cabeza, descubrió que el chicle está formado por una goma sintética o tipo de polímero, que es muy parecido al plástico. Es por ejemplo el que se halla en otros productos como los tubos internos de las ruedas de una bici.
En concreto, se trata del poliisobutileno o caucho butilo, que se caracteriza por ser un material duro, pero también maleable. Dos particularidades por las que consideró que podía ser idóneo para fabricar otros productos.
De la idea al reciclaje
Y así se pasó de pensar en por qué no se reciclaba el chicle a fabricar diferentes artículos tras diseñar unos cubos específicos, de color rosa, a modo de contenedores para recoger la goma de mascar.
Estos cubos fueron los primeros que se fabricaron con el chicle reciclado. Pero a ellos siguieron otros como los vasos de café que igualmente se habían realizado con el chicle. Al principio, este tipo de productos causó una cierta reticencia al saber que era goma de mascar reciclada pero, tras comprobar que no tenían olor a chicle y que eran como un vaso de plástico, empezaron a tener mayor aceptación.
Pero, además, también se pueden hacer otros artículos como botas de goma o de agua, así como suelas de zapato. Y todo ello gracias a un proceso de moldeado de plásticos y a la utilización de máquinas que trabajan a altas temperaturas para convertir los chicles en una pasta que, cuando se enfría, permite formar otros artículos.
Artículos relacionados: