La cáscara de arroz ya no es un residuo. Puede tener múltiples utilidades que, ahora, se están investigando para ponerlas en valor y darles una segunda vida útil. Entre los posibles usos figura la depuración de agua o la producción de biocombustibles. Pero, ¿cómo se pueden reutilizar? ¿Hay más posibles empleos?
La investigación
Estos posibles usos se están investigando en la Universidad Pablo de Olavide (UPO) en el marco del proyecto europeo de investigación Valzeo en el que participa. El objetivo es diseñar y desarrollar un método sostenible para usar las cenizas de la cáscara de arroz como materia para la elaboración de otros materiales que, por ejemplo, sirven para tratar aguas contaminadas y para la producción de biodiésel.
Los investigadores de la UPO, en coordinación con la Universidad Autónoma de Barcelona, trabajan sobre el alto contenido de silicio de estas cenizas con características interesantes para obtener sílice, chips de silicio, producir neumáticos o aditivos para materiales aislantes y de construcción.
Pero, además, se quiere desarrollar fotocatalizadores y adsorbentes zeolíticos aumentando su estabilidad y propiedades de confinamiento para ganar en eficiencia en el uso de la luz solar en la lucha contra la contaminación del agua originada por compuestos recalcitrantes como, por ejemplo, los productos farmacéuticos, pesticidas y colorantes, entre otros.
En el marco del proyecto, igualmente, se quieren desarrollar catalizadores heterogéneos zeolíticos de bajo coste para la producción de biodiésel empleando aceite de cocina usado. Estos combustibles se estima que tendrían una emisión neta cero de CO2.
Solución a un residuo
Esta investigación es especialmente importante porque tan solo en la Unión Europea se produce una media anual de 3,1 millones de toneladas de arroz con cáscara, cifra de la que el 80% se focaliza en Italia y España. Cada tonelada puede llegar a producir unos 200 kilos de cascarilla de arroz, obteniendo unos 40 kilos de CCA (ceniza de cáscara de arroz).
Las cifras aún son mayores a nivel mundial. En este caso, son hasta 37 millones de toneladas y estima una tasa de crecimiento anual del 5% durante el período 2022-2030. Unos volúmenes que se han convertido en un auténtico problema para los vertederos en los que es habitual que se deposite el residuo, lo que genera problemas de contaminación y efectos nocivos en el sistema respiratorio de personas y animales.
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