Ya sean cosméticos, ropa, muebles o, por ejemplo, alimentos, solo hay una manera de reconocer un producto ecológico si pretendemos que tenga unas mínimas garantías de que realmente lo es. Y, sí, esa manera no es otra que la certificación.
Vaya por delante que hemos de ser conscientes de las limitaciones que conllevan estos certificados. Por oficiales que sean, y hablamos de logos de reconocido prestigio, como el de la Unión Europea, en realidad hay excepciones de todo tipo, con lo que el producto no es todo lo bio que esperamos.
Dicho esto, ante la falta de un sistema más eficaz, hemos de conformarnos con lo que hay. Al menos, mientras mejoran los controles y se idean nuevas formas de informar al consumidor sobre cada producto concreto. Se trata, en suma, de luchar contra fraudes y ambigüedades en su etiquetado y de endurecer los requisitos para que un producto se pueda considerar ecológico.
Etiquetado y certificación
Las etiquetas que usan y abusan de términos como «natural», «tradicional», «sin parabenos», «artesano» y similares suelen resultar engañosas. Normalmente no incluyen el certificado ecológico, por lo que no tenemos garantías de que lo sea.
Es cierto que hay productos locales que cumplen las condiciones para poder considerar ecológicos, pero no han pedido su certificado por cualquier razón, por lo general por falta de dinero para costearlo. En estos casos, el producto será confiable, pero como consumidores no tenemos la posibilidad de conocer esos detalles.
Por lo tanto, solo el certificado nos sirve de orientación cuando carecemos de referencias directas. Y, por supuesto, hemos de desconfiar de certificados desconocidos pues aunque no solo es válido el logo de la UE, no todos ofrecen las mismas garantías.
En este sentido, por ejemplo, EcoCert es también un certificado confiable. Es importante estar atentos a logos que simulan ser certificados para identificarlos como posible fraude. Familiarizarse con los más importantes es clave.
¿Total o parcialmente ecológico?
No confundamos los productos ecológicos solo en lo que respecta al packaging, pero no a su contenido con los que lo son en su integridad, y a la inversa. Lo ideal, lógicamente, es un producto bajo en huella de carbono (por ser local, por no incluir envase o por ser éste orgánico, etc.) que también es ecológico como tal, ya se trate de ropa, alimentos u otro tipo de productos.
Y, en todo caso, a la hora de comprar tengamos en cuenta que los productos que no son ecológicos no pueden utilizar los términos «ecológico», «bio» ni «orgánico». Legalmente, al menos, está prohibido, por lo que este punto puede ayudarnos a identificar un falso ecológico.
Los grupos de consumo como alternativa
Los grupos de consumo, por último, son una buena alternativa a la certificación oficial. Formar parte de una de estas agrupaciones de personas que compran alimentos procedentes de un circuito no convencional puede ser una manera fácil y más económica de acceder a alimentos bio sin necesidad de que éstos hayan de tener su certificación ecológica.
La ventaja de estos grupos es precisamente la cercanía y confianza entre sus miembros. De este modo, es fácil saber si el agricultor al que le compramos las frutas y verduras o el ganadero que nos vende el queso hace las cosas de un modo respetuoso con el entorno, aplicando las técnicas de la agricultura o la ganadería orgánicas.
También es una manera de reducir envases y de apostar por la economía local, lo que se traduce en una compra económica, en un mundo solidario y, a nivel ambiental, en menos contaminación, incluyendo las emisiones de efecto invernadero.
En numerosas ocasiones, los grupos de consumo se integran en sistemas de economía colaborativa basada en el trueque que también puede ayudarnos a llevar un estilo de vida más verde.