Las fumigaciones con glifosato, un pesticida probablemente cancerígeno, pueden acabar haciendo algo mucho más grave que simplemente actuar como insecticidas en los cultivos agrícolas. De hecho, salvo quienes opten por la alimentación bio, fácilmente pueden acabar teniendo una presencia generalizada en nuestro organismo.
Así lo afirma, al menos, un nuevo estudio alemán llevado a cabo por la Fundación Heinrich Böll, cuyas conclusiones sobre el riesgo que representa para la salud este herbicida de amplio espectro se basan en el análisis de más de dos mil muestras de orina de ciudadanos alemanes.
Activismo científico
Su uso es muy polémico, y sigue estando permitido en buena parte del mundo, incluyendo la Unión Europea, si bien algunos países comunitarios (Francia, por ejemplo) lo prohíben. Mientras Monsanto minimiza sus efectos -los creadores de Roundup, un herbicida del que el glifosato es la molecula activa-, científicos independientes van revelando lo dañino que puede llegar a ser. Según numerosas investigaciones, su uso se asocia a alteraciones en nuestro metabolismo y provocar numerosas patologías de distinta gravedad, entre otras del sistema endocrino y cánceres.
Fue la Organización Mundial de la Salud (OMS), concretamente la Agencia para la Investigación sobre el Cáncer de la OMS la que lo ha catalogado como «probable» cancerígeno. A su vez, no debemos perder de vista que hay estudios que alertan no solo por su toxicidad, sino por el problema que representa el efecto cóctel que supone ingerirlo junto con otros químicos.
De hecho, la ciencia no tiene respuesta para ello, pues faltan estudios y, por otra parte, nuevas investigaciones podría encontrar pruebas en breve que permitieran decir que realmente lo es, un cancerígeno, sin adjetivo, de forma irrefutable. No basándose en asociaciones, sino hallando una relación de causa efecto directa probada.
Por ahora, sin embargo, hemos de hablar de «posible cancerígeno». De acuerdo con el citado estudio, en el 99,6 por ciento de 2.009 muestras de orina de ciudadanos alemanes analizadas en el 2015 se encontraron residuos de glifosato. Por si fuera poco, en el 75 por ciento de los casos superan los 0,5 nanogramos por mililitro.
¿Mucho, poco, cómo interpretar esa cifra? Para hacernos una idea, quintuplica el máximo permitido en el agua potable. Una cifra alarmante, por lo tanto, y especialmente importante en el caso de los menores de edad.
Con ella, y con el estudio en general, se busca concienciar sobre el peligro que supone el glifosato, en especial a la Unión Europea, que actualmente lo autoriza. Ello, lógicamente, al margen de las políticas nacionales, regionales o municipales, que pueden tomar decisiones puntuales al respecto, tal y como ha hecho este mismo mes el Ayuntamiento de Madrid, cuya decisión para dejar de utilizar el glifosato en áreas verdes urbanas se complementa con la búsqueda de otros métodos «menos lesivos».
¿Qué decidirá la UE?
Sea como fuere, no es casualidad que los resultados del estudio se hayan presentado meses antes de que la UE decida si reautoriza el uso del glifosato como pesticida o lo prohíbe. Por un lado, se debate sobre sus efectos cancerígenos, y por otro se tienen en cuenta los efectos que puede tener en la estrategia de desarrollo de transgénicos, pues alrededor de tres cuartas partes de los cultivos genéticamente modificados obedecen a la necesidad de tolerar el glifosato. En este caso, la pregunta del millón es: ¿Pero, y nuestro organismo, puede tolerarlo?
Así las cosas, la Comisión debe decidir en las próximas semanas si prohíbe o sigue permitiendo el uso del glifosato, cuya autorización expira a finales de junio en Europa. Una decisión capital de cara a las distintas áreas a las que afecta, desde la agricultura y la salud pública hasta el medio ambiente.