Reutilizar un mueble que tiene todas las papeletas para ir directo a la basura o al parque ecológico de turno es todo un reto a la creatividad que pronto se verá recompensado. Y, en todo caso, darle una nueva vida a un mueble viejo es una manera inmejorable para cumplir, en todo o en parte, el mantra ecologico de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar).
Una de las grandes ventajas de reutilizar y no reciclar muebles es que no siempre necesitamos ser unos manitas pues simplemente hemos de hacer lago tan sencillo como buscarle otro uso, pintarlo, cortarlo o unir varias piezas de forma sencilla. Por suerte, se trata de un arte creativo hasta rozar la locura, si se desea, pero siempre buscando el lado práctico del resultado.
Abundan los ejemplos sencillos y sorprendentes, como esa increíble idea de sacar un sillón al jardín o al porche con un cartel que invita a sentarse, como puede verse en la imagen que ilustra el post. O, sin ir más lejos, la tan popular idea de cortar una cómoda para convertirla en un monísimo sillón simplemente añadiendo una tabla almohadillada, otra fantástica idea que también vemos en las imágenes.
Cada proyecto es único
Podemos transformar una cuna en una mesa de trabajo para niños, -a ser posible colocando una tabla de madera mate o, todavía mejor, superficie de pizarra para dibujar sobre ella- o, sin ir más lejos, aprovechar una puerta como tabla que sujetamos con caballetes para obtener una práctica y socorrida mesa de trabajo. ¿Que es algo vulgar? Todo dependerá de cómo trabajemos. Observemos, si no, la imagen que nos muestra un asombroso resultado obtenido con mesitas convertidas en estanterías. Sin dudarlo, los resultados pueden ser de lo más exclusivos si sabemos hacerlo con gusto, combinando colores y materiales de la mejor forma.
Será nuestro sentido artístico o, por qué no, también nuestro sentido común, el que nos diga qué cosas pueden sumar en la decoración de nuestra casa, siempre en función del magín que atesoremos, así como del material y presupuesto del que dispongamos. Y, en todo caso, todos podemos aprender de la lección de nuestros abuelos, que se lo pensaban dos veces antes de desprenderse de cualquier objeto.