Una miel orgánica, ecológica o bio, términos todos ellos sinónimos, es una miel natural, pero no sólo eso. En realidad, y aunque con matices, toda la miel lo es, si bien no por ello debemos considerarla ecológica. Para que oficialmente lo sea, ha de ser certificada como tal, es decir, cumplir una serie de importantes requisitos.
Puesto que el proceso de producción y envasado debe ser natural para poder catalogarla de ecológica, son numerosos los requisitos que deben cumplirse. En este aspecto importan tanto la ubicación del panal como el material del que estén hechas las colmenas, entre otros muchos aspectos como la prohibición de utilizar sustancias artificiales para aumentar la productividad.
Además, la abejas son alimentadas con sus propios productos, es decir, con su miel, polen y jalea. Iguamente, en caso de necesitar ayuda se les aplican soluciones de homeopatía o productos fitoterapéuticos. En su producción, es clave no sólo no interferir con productos sintéticos, sino también poder contar con un entorno lo más natural posible. No se acepta la cercanía de cultivos transgénicos o tratados con fertilizantes o fumigaciones químicas. Eso, en la teoría, porque a la hora de la verdad hay muy pocos enclaves que sean realmente vírgenes.
Envasado y conservación
Con este control verde no sólo se busca conseguir unas cualidades organolépticas inalteradas, sino también un producto no adulterado que resulte saludable, al tiempo que se respeta a los animales.
El objetivo es que el aroma, sabor y composición sean naturales, con la única diferencia que pueda haber con motivo de variaciones del entorno, como son el tipo de flores y cambios propios de todo ecosistema. Así, no será lo mismo una miel ecológica de brezo, de flores o de ecualipto obtenida en un punto geográfico que en otro.
Por último, la recolección y envasado influyen en el resultado final. Se debe conservar en frío para mantener sus propiedades intactas durante largo tiempo, preferentemente en tarro de cristal.
Cómo reconocer una miel ecológica
Gracias a la normativa, el consumidor lo tiene fácil a la hora de identificar una miel orgánica y, en general, cualquier otro producto. Por lo tanto, para reconocer una miel ecológica, simplemente hay que buscar el logo correspondiente.
Evitemos caer en trampas de marketing que buscan confundir al consumidor. Una miel artesanal o natural no es necesariamente miel ecológica. A no ser que, junto a estas bonitas palabras, se adjunte el logo que garantice su genuina condición orgánica.
El peligro de los transgénicos
En España ha habido problemas serios para cumplir los requisitos de la miel ecológica que han dificultado la obtención del certificado y exportación. Recordemos que en septiembre de 2011 el Tribunal de Justicia de la Unión Europea se pronunció contra la comercialización de la miel con trazas de organismos genéticamente modificados (OGM), lo que supuso un duro golpe a la exportación de la miel española.
Lógicamente, una miel que contiene trazas de especies transgénicas no puede obtener el certificado, por lo que, en este sentido, si somos estrictos, en realidad ninguna miel debería considerarse bio, considerando que las abejas pueden alejarse muchos kilómetros para obtenerla. Es así que, además del problema de la modificación genética de muchos cultivos, como el maíz, se añade la frecuente fumigación de grandes áreas agrícolas, con el consiguiente riesgo de contaminación de la miel.
Sea como fuere, si bien en sentido estricto el sentido común nos hace desconfiar de toda miel ecológica en mayor o menor medida, también es cierto que la que obtiene el certificado tendrá más garantías que otras que no lo tienen. Y, en todo caso, valorar el lugar de donde procede teniendo en cuenta estos puntos críticos es una importante baza del consumidor.