Siguen haciendo y diciendo lo de siempre, pero esta vez han incendiado la red como nunca. No podía ser de otra manera: todo encaja, las piezas del puzzle ofrecen un panorama completo. Y el paisaje no es de postal, precisamente.
Impactar era la idea, y el resultado se ha conseguido con nota. La polémica campaña de PETA busca horrorizar, y nada como unir piezas para mostrar lo que siempre se esconde. Y es que muchas veces no se ve lo que no se quiere ver, con lo que la ONG animalista lo tiene fácil: sencillamente, ha de contar toda la historia, y hacerlo a golpe de realidad.
Realidad sin anestesia
Realidad pura y dura, porque así son las reglas del marketing de éxito cuando el mensaje ha de abrirse paso. Mostrarla sin paños calientes, sin anestesia ni eufemismos. Solo así se puede reclamar atención cuando se quiere mirar hacia otra parte a toda costa.
Cuando, sistemáticamente se silencia la parte fea de lo que nos parece lo más bonito, de esos objetos de deseo encumbrados a la más alta categoría, elevados a la cima del buen gusto y símbolo de estatus, por los que mucha gente está dispuesta a pagar auténticas millonadas.
¿Pero, y el otro precio? Saber qué se compra es importante y los de PETA saben que dar voz a los sin voz es la clave para dejar bien claro dónde está el valor y dónde el precio. A años luz, lógicamente, cuando consideramos el dramón que hay detrás de cada bolso, cinturón, abrigo, guantes o chaqueta de piel o cuero.
PETA se encarga de recordar una obviedad a los que cierran el círculo, los compradores. Pero no solo a ellos, también a esta sociedad en su conjunto, que sigue admirando a quienes los fabrican, venden, compran y exhiben y, con ello, tolerando prácticas terribles con los animales cuyas pieles sirven de materias primas.
Compradores espantados
El último eslabón de la cadena, desde que se les caza o se les cría en las granjas de animales (cocodrilos, avestruces, visones, etc.) para usar sus pieles hasta que se las arrancan, en muchos casos todavía vivos. O no, tanto se da, porque el simple hecho de que los animales hayan de servir a nuestros caprichos se traduce en maltrato animal durante toda su corta y tristísima vida. Desde el primero al último de sus días.
¿Cómo hacer marketing de guerrilla para evidenciar este drama? Con una puesta en escena brutal. Buscando un entorno inesperado, un escenario idílico, en el que todo estalle en mil pedazos cuando «víctima» y «verdugo» se vean las caras.
Aturdidos, los clientes de artículos de lujo forman parte de unas espeluznantes escenas cada vez que abren un bolso, una chaqueta, cogen un cinturón, unos zapatos o se ponen un guante en una tienda exclusiva creada para la ocasión.
Si las imágenes son impactantes, el vídeo (no te lo pierdas, pero ten en cuenta que incluye imágenes fuertes) no se queda atrás. Es como si la piel y el cuero buscaran volver a cobrar vida, como si los bolsos y los cinturones o las chaquetas de cuero todavía respiraran gracias a los órganos vitales que guardan en su interior, así se presentan ante los compradores.
Ha sido una iniciativa de PETA Asia y Ogilvy & Mather Advertising, unidos para realizar esta cámara oculta. Para ello tuvieron que abrir una tienda temporal falsa en un centro comercial en Bangkok (Tailandia) en la que había imitaciones de objetos de lujo con sorpresa incluida.
Concienciar: rechazo y boicot
Con esta campaña PETA sigue diciendo lo de siempre: Como seres vivos, todos tenemos derecho a la vida, a una existencia digna y, por descontado, los accesorios de lujo no valen este sufrimiento. Porque la intensidad de la campaña es solo una apuesta por la luz y los taquígrafos.
Como apoyo ciudadano, se persigue que no veamos con normalidad a este tipo de accesorios, bien negándonos a comprarlos o boicoteando a la industria de cualquier otro modo, por ejemplo mediante el activismo cibernético. De hecho, los prohibitivos precios hacen más factible la segunda de las opciones para la gran mayoría.
Se busca, en suma, crear una conciencia social contraria. Porque al margen de que los compremos o no, si espontáneamente logramos escuchar ese corazón aún latiendo detrás de un bolso o de un cinturón de piel será ya un gran paso. En favor de los animales, pero también de nuestro espíritu crítico y, por ende, de nosotros mismos. De algún modo, salvarlos es salvarnos.