La industria lechera no desaprovecha ni una gota le leche. A la hora de ser productivos, todo cuenta, y se hacen auténticas maravillas (y también barbaridades) para multiplicar los litros. Es lo que tiene ordeñar un negocio que depende de las vacas, tratadas a la vez como reinas y esclavas. A la postre, meros instrumentos de una industria inmisericorde con ellas, y con la especie.
¿Pero, hasta dónde son capaces de llegar? Los granjeros estadounidenses han centrado la atención sobre esta cuestión. Sobre todo, a raíz de las curiosas cifras que arroja la producción lechera en aquel país. Tienen su truco.
Comparando datos tan sencillos como el número de vacas y los litros de leche, algo no encajaba. O, mejor dicho, necesitaba una explicación para no acabar atribuyendo el extraño aumento de productividad al famoso milagro de los panes y los peces.
Las estadísticas eran sorprendentes. Cuanto más bajaba el número de vacas lecheras productivas, más aumentaban los litros de leche. ¿Acaso aguaban la leche? Nada de eso, la pregunta, planteada por Temple Grandin en un reciente estudio, ha revelado la verdad sobre la sobreexplotación de los animales por el sector lechero.
Actualmente, una sola vaca es capaz de dar unos 60 litros de leche diarios. Una cantidad más que exagerada, si tenemos en cuenta su ritmo de lactación natural. Es decir, solo con este dato entendemos que el animal está siendo explotado de forma dramática.
Modificación genética
Si bien la industria no duda en cuidarlas en algunos otros aspectos, como proporcionarles camas de agua, etc. lo cierto es que hacerlas dar tanta leche, extraída con máquinas que prácticamente no descansan, significa llevarlas al límite. Su objetivo, en unos y otros casos es el mismo: mejorar la producción.
Grandin, profesora de comportamiento animal en la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, ha alertado acerca de la situación de las vacas, «constantemente en zona roja». Más allá de Estados Unidos, su denuncia incluye a otros muchos países, básicamente a todos aquellos que son grandes productores mundiales.
La lógica, además, sigue siendo la misma: a la vaca se le exige cada vez más rentabilidad. De los 4 litros que produce naturalmente se ha llegado a extraer alrededor de 60 diarios, y como resultado los animales sufren muchos problemas, como infecciones, epidemias o, por ejemplo, mutaciones incontrolables de virus por el uso continuado de antibióticos.
Pero aún hay más, porque la industria intensiva hace lo propio con otros animales. De acuerdo con la experta, «los animales de cría en sistemas intensivos como cerdos, pollos o vacas han estado adaptados genéticamente» para responder a condiciones de rendimiento antinaturales.
La etóloga también advierte del riesgo que esto supone para la salud de las personas, así como en el medio ambiente. «Todo se convierte en un sistema desequilibrado y malsano», apunta. Puesto que se introducen en la cadena alimentaria factores perjudiciales, de efectos en buena parte desconocidos, las consecuencias pueden ser insospechadas.
La transformación genética, por último, es quizá la cuesitón tratada en el estudio que más ha escandalizado. Según la profesora, la acción humana es responsable de haber modificado el 22 por ciento del genoma de las vacas americanas. Tal y como apunta la experta, los riesgos provienen del impacto que tiene en nuestro organismo el consumo de la carne, huevos o los lácteos producidos en estas condiciones.
Al final, todos salimos perdiendo, menos los lecheros: los animales, nuestra salud y el medio ambiente. Así las cosas, lo ecológico se revela como una opción mucho más interesante. O, cuando menos, bastante más inofensiva. En éste, como en tantos otros casos, la ecología es mucho más que sostenibilidad, sumando una actitud ética, salud y respeto.