Esculturas de órganos humanos inspiradas en la naturaleza


No sé si cómo catalogar estas inquietantes y hermosas esculturas de porcelana, si de humanas o, simplemente, de naturales en un sentido amplio, el más amplio. Sobre todo cuando toman formas irreales que en realidad son tan del mundo que nos rodea. Cuando adoptan formas tan posibles como imposibles, es decir si en un cerebro encontramos un ramaje que alberga un nido con sus pajaritos, si un corazón se ramifica en un sinfín de venas y arterias con forma vegetal o si, por ejemplo, un feto humano crece en el vientre de un anfibio.

Sea o no intencionado, en cierto modo la ausencia de colores permite fortalecer el simbolismo, darle fuerza a un mensaje que en es a la par profundo y, también de forma innegable, tan evidente y de verdad como la vida misma.

Su autora se llama Kate MacDowell, es estadounidense y con esta colección da más de una lección a quienes desprecian la vida o, generalizando, a la moderna y altiva civilización de hoy, ayer y siempre, que tanto peca de mirarse el ombligo o, dicho en argot científico, de puro y duro antropocentrismo.

Poesía para respetar el entorno

Con estas sorprendentes obras, que buscan más la reflexión que la sorpresa vacía, su creadora intenta dar un toque de atención al maltrato infligido contra el entorno. Flora y fauna, de este modo, se relacionan de distintos modos que sólo el lenguaje de lo poético, de lo artístico, en suma, puede explicar. Pero en el fondo, todas y cada una de las piezas nos está diciendo una misma cosa, nos quier transmitir un mensaje de respeto y comunión con el entorno.


Un respeto que, lógicamente, conlleva, implica, exige un examen de conciencia sobre nuestras acciones en contra del medio ambiente cuando, en última instancia, somos parte de él, parte de un ecosistema hacia el que tenemos una importante responsabilidad.

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