Las partículas suspendidas en el aire son de pequeño tamaño, y cuanto menor es éste más peligrosas resultan para la salud. Son las llamadas nanopartículas contaminantes, que entran en nuestro organismo a través de las vías respiratorias, bien sea la boca o la nariz.
Hasta ahora sabíamos que su peligrosidad, en buena parte estaba relacionada con su capacidad de penetrar en nuestro organismo. Básicamente llegan a los pulmones, unos órganos bien irrigados, razón por la que a partir de esos pequeños capilares acaban en el sistema circulatorio.
El riesgo cardiovascular de las nanopartículas
Según un nuevo estudio que profundiza esta cuestión, estas nanopartículas pueden viajar hasta el riego sanguíneo, depositarse en el corazón y contribuir al desarrollo de enfermedades cardiovasculares, según Fundación Británica del Corazón (BHF).
El estudio se basó en pruebas de inhalación de partículas de oro (mil veces veces más pequeñas que la anchura del cabello) por voluntarios a los que se les detectaron en la sangre y la orina incluso tres meses después de la exposición.
A partir de estas pruebas, el líder de la investigación, Mark Miller, afirma que «lo descubierto nos permite sugerir que las nanopartículas presentes en el aire de las ciudades, pueden seguir el mismo camino» y acumularse en el sistema circulatorio «como los sedimentos en ciertas partes de los ríos».
Si lo hace en puntos sensibles,»las consecuencias para la salud pueden ser graves», concluye el estudio. Lógicamente, además de los problemas de salud que afectan al mismo sistema respiratorio, entre otros. Por ejemplo, puede provocar colesterol y un aumento de los niveles de azúcar en la sangre.
Aunque se necesitan nuevos estudios, la investigación es «un paso más cerca para resolver el misterio de cómo la contaminación daña nuestra salud cardiovascular», apunta Jeremy Pearson, director de la Fundación Británica del Corazón.