Son eficientes y se llevan todo tipo de elogios por sus ventajas ecológicas, pero su uso podría no resultar beneficioso para la salud. Al menos, es lo que afirma un estudio que se centra en la longitud de onda a la que se emite la luz.
Abraham Haim lleva varios años estudiando la cuestión. Autor del estudio publicado en Jornal of Environmental Management en 2011, considera que la luz es ambientalmente amigable pero poco amiga de nuestra salud al emitir una longitud de onda corta que la hace más eficiente, al tiempo que «suprime la producción de melatonina, una hormona que es producida en la noche» que regula funciones vitales del organismo.
Para Haim es más grave este efecto de inhibición de la melantonina que el simple hecho de que «incremente la intensidad y la polución lumínica», ya que la hormona es esencial por su acción antioxidante o, por ejemplo, por su papel en el mantenimiento del sistema inmunitario o por su actuación como anticancerígeno.
Contaminación lumínica
El trabajo analizó la producción de melatonina en presencia de tres tipos diferentes de iluminación: bombillas de sodio, lámparas de haluro y luz LED, concluyendo que la longitud de onda emitida por ellas es especialmente corta en el caso de esta última.
Si todas ellas disminuyen la producción de melatonina -responsable de los bioritmos- y resultan negativas para la salud, la del LED es la más alarmante, pues afecta a la misma reduciéndola hasta cinco veces más que las otras luces estudiadas. Así las cosas, no es extraño que este científico demande que la iluminación nocturna de las ciudades esté regulada como si de un contaminante convencional (a nivel atmosférico o acústico) se tratase. Mucho nos queda para eso, por lo que parece.