Tal y como está montado el cotarro navideño, celebrar estas fiestas supone disparar nuestra huella de carbono sí o sí. Sin embargo, sin necesidad de renunciar a cenas, desplazamientos y regalos podemos reducirla si hacemos gala de una actitud un poco más amigable con el medio ambiente.
En cuestión de desplazamientos, está claro que será mucho más verde caminar, ir en bici, en bus o, por ejemplo, en tren que tirar de coche o, por supuesto, que subirse al avión. Del mismo modo, los regalos reciclados serán preferibles a los nuevos o, en general, a las compras compulsivas. Y, del mismo modo, los alimentos locales y no tirar comida harán más verde la fiesta gastronómica que caracteriza a estas fiestas tan de sentarse a comer y beber.
Comida orgánica y local
Básicamente, el truco del almendruco para contribuir con el medio ambiente está en hacer planes que nos satisfagan intentando optar siempre por la opción más ecológica que tengamos a nuestro alcance y resulte viable. En cuestión de comida, no se trata tanto de elegir productos orgánicos sin más opción o de no comer carne -cosa que sería genial, por otra parte- sino más bien de acercarnos lo más posible a este tipo de ideales: alimentos locales, orgánicos y en cantidades justas. Si, además, preferimos el tofú al pavo, mejor que mejor tanto por cuestión de ética como por la huella de carbono en sí.
¿Que quedarnos a medias no es ecológico? En términos absolutos no lo es, es cierto, pero también es cierto que si descartamos una opción más contaminante también ganamos. Es decir, en función de nuestra conciencia ambiental podemos obrar en distintos grados, y todos ellos tendrán su valor. Eso sí, unos más que otros, obviamente.
Eligiendo alimentos locales (por ejemplo naranjas, mandarinas, etc.) seremos más ecológicos que si preferimos piña o bananas que han cruzado el charco para llegar hasta nuestra mesa, pongamos por caso. Y lo mismo cabe decir con un sinfín de alimentos importados, como ocurre con buena parte de los langostinos o con la misma uva.