A pesar del actual conflicto sirio, Alepo fue y todavía es, en cierto modo, la ciudad de los jabones y las sedas, sinónimo de bazar y zocos, de comercio y actividad desde hace más de 2.000 años. Desde la noche de los tiempos también, el comercio del jabón de Alepo tiene una gran pujanza.
Dice la historia que llegó a Europa en el siglo XI, en plenas cruzadas, aquellos sangrientos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. Por aquel entonces, sus propiedades hidratantes eran muy apreciadas y pronto empezó a extenderse por medio mundo.
Actualmente, sigue valorándose por las mismas razones. Su contenido en aceites lo hacen idóneo para calmar pieles secas, irritadas, heridas superficiales y quemaduras, pero sobre todo se valora su composición natural.
Jabón de Alepo orgánico
¿Pero, qué significa «natural»? Es una palabra muy sugerente, pero no nos garantiza que el jabón esté libre de químicos. Por muy «natural» que sea su composición, esos aceites de laurel, o de oliva pueden proceder de cultivos de todo tipo.
Por lo tanto, si bien el jabón de Alepo de otros tiempos sí era libre de pesticidas y demás restos químicos, ahora esa garantía solo nos la dan los certificados ecológicos. Así pues, solo ser realmente «natural» el jabón que tiene en su composición ingredientes vegetales procedentes de cultivo ecológico.
Hecha esta salvedad, el jabón de Alepo, denominado en el mundo árabe como jabón Ghar es una antigua tradición que ha aprovechado el impulso del boom de productos ecológicos para ponerse de moda. Eso sí, su encanto sigue intacto, esa receta que no ha variado hasta nuestros días.
Un proceso artesanal
Si bien su composición es simplemente el uso del aceite de oliva, aceite de laurel, agua y sosa procedente de plantas salicornias, su proceso de elaboración requiere de varios meses. Básicamente, se mezclan los ingredientes en una olla hasta que forman una pasta. Sin dejar de cocer y remover durante varios días, hasta añadir después el aceite de laurel.
Solo la experiencia de generaciones permite saber los puntos de cocción necesarios para alcanzar una determinada textura. A partir de ese momento ya solo restan tres pasos: extensión en el suelo, corte con un cuchillo para dar forma al jabón, impresión del tampón del maestro jabonero en cuestión y dejar secar durante nueve meses.
Conforme vaya perdiendo agua irá adquiriendo la forma de jabón. A lo largo de los meses de secado se evaporará más del 90 por ciento de su humedad e irá adquiriendo distintas tonalidades, desde el verde al azul, pasando por el amarillo hasta adquirir su color definitivo.
Su corazón, sin embargo, permanecerá de un verde intenso que recuerda a la hoja del laurel y al color de las olivas. Lejos de considerarse un defecto, su forma irregular y su aspecto burdo dan cuenta de su milenaria historia, al tiempo que se busca por ser biodegradable y no contener sustancias sintéticas de ningún tipo.
A diferencia de otros jabones, no contiene sustancias sintéticas, colorantes, fijadores de perfume, derivados de grasa animal y están testados bajo control dermatológico. Es decir, salvo que se tenga alergia a alguno de sus ingredientes (aceite de oliva, de laurel o las hierbas con las que se fabrica la sosa), no habrá problemas de intolerancias.
Usos del jabón de Alepo
Bonita historia, interesante composición pero… ¿qué puede hacer pos nosotros este curioso jabón? El padre de todos los jabones tiene prácticamente las mismas propiedades que sus ingredientes. O, lo que es lo mismo, nutre y suaviza la piel gracias al aceite de oliva y actúa como antiséptico y desinfectante por el aceite de laurel.
A su vez, reestablece una película hidrolipídica que protege nuestra piel de la intemperie o de la sequedad de ambientes cerrados. También protege de las infecciones cutáneas y, como adelantamos al inicio del post, ayuda a combatir irritaciones de la piel, acné y descamaciones. Por último, se puede usar como espuma para el afeitado, mascarilla para el rostro y champú.