Los disruptores endocrinos son agentes químicos que pueden ocasionar graves problemas de salud a dosis extremadamente pequeñas. Es una nueva amenaza, invisible, que actualmente moviliza a miles de científicos en todo el mundo.
Dentro de esta denominación podemos encontrar muy distintos materiales o ingredientes que contengan moléculas capaces de imitar, bloquear o alterar la acción de una hormona. De este modo, se altera el normal funcionamiento del organismo.
Riesgo para la salud
El problema de los disruptores endocrinos no solo es que se puedan encontrar en un sinfín de objetos cotidianos, sino su capacidad de actuación a dosis mínimas. Sin embargo, y en algunos casos su acción es difícil de comprobar, como ocurre en el caso del bisfenol A o de otros componentes como el glifosato, pongamos por caso.
Ello nos expone a los efectos adversos que puedan derivarse de su exposición. En muchos casos, la ciencia ha demostrado que están en el origen de disfunciones y enfermedades de distinta gravedad.
Desde malformaciones en el feto o nacimientos prematuros hasta cánceres, problemas endocrinos y enfermedades hormonales, menopausia precoz, infertilidad, obesidad, diabetes de tipo 2 o, por ejemplo, alteraciones neurológicas. E igualmente pueden provocar problemas en el medio ambiente, bien por su toxicidad o por sus efectos en los organismos vivos.
Prevenir, lógicamente, siempre es mejor que curar. El objetivo, por lo tanto, debe ser tanto saberlos identificar, es decir familiarizarnos con los nombres que deben alertarnos, y también aprender a encontrar posibles alternativas.
Los encontramos en productos de uso corriente, principalmente en plásticos, pesticias o cosméticos e incluso en medicamentos. Adoptar nombres como bisfenol A o BPA, parabenos, ftalatos, policlorobifenilos o PCB, hidrocarburos aromáticos policíclicos o HAP, dioxinas, pesticidas, metoxicloros y un largo etcétera de palabros que conviene memorizar o, al menos, saber identificar.
Cómo curarnos en salud
Evitarlos no es fácil, y en ocasiones hacerlo significa exponernos a otras sustancias no menos peligrosas. Por lo tanto, un producto libre de BPA, pongamos por caso, no garantiza su inocuidad, y lo mismo cabe decir de los productos que incluyen en sus etiquetas aquello de «libre de parabenos» o «sin ftalatos», en cuyo caso muy probablemente se haya sustituido por otras sustancias que tampoco resultan recomendables.
Como materiales seguros están el vidrio o aquellas formulaciones ecológicas que además no estén en contacto con envases que los contengan. Además, es importante asegurarnos de que tienen los respectivos sellos ecológicos.
En el caso de los pesticidas o fertilizantes químicos para la jardinería o agricultura, es posible la sustitución por productos ecológicos o hacerlos prescindibles practicando la agricultura orgánica. Es especialmente polémico el pesticida conocido como Roundoup, el herbicida más popular del mundo, basado en un principio activo llamado glifosato.
Actualmente, las leyes no resultan protectoras al respecto. Su difícil evaluación es fuente de controversias, si bien reputados científicos reclaman más estudios para profundizar al respecto y así poder adaptar las leyes a los resultados.
Pero el dictamen de la ciencia no es el único que cuenta en la vida real. La actuación de los lobbys, -colectivos que buscan influir ante la Administraciones Públicas para promover decisiones favorables a sus intereses-, puede resultar decisiva, tal y como denuncia estos días la ministra francesa de Ecología, Ségolène Royal.
La ministra no duda en afirmar que su país se unirá a Suecia a la hora de denunciar a la Comisión Europea en caso de que sus criterios no se ajusten al consenso científico. Y, sea como fuere, lo cierto es que la reglamentación de los productos reconocidos como disruptores endocrinos a favor del ciudadano, y no de los intereses industriales es una tarea pendiente. Un contexto en el que cuidarse a uno mismo es la única salida.