La polución atmosférica no es amiga del confort, ni siquiera de la tranquilidad de espíritu, qué duda cabe. Sin embargo, por mucho que resulte algo intuitivo, lógico, de una aplastante lógica, en realidad, la ciencia necesita pruebas para poder afirmarlo. Justamente, es lo que ha ocurrido gracias a un reciente estudio y el resultado ha sido el esperado.
En efecto, la ciencia ha descubierto que la contaminación puede causar ansiedad. Es decir, todos sabíamos que el aire polucionado es una seria amenaza para la salud, especialmente para el sistema circulatorio y respiratorio, y ahora también podemos afirmar que el sistema nervioso se resiente de un modo importante.
¿La polución afecta a la salud mental?
Investigadores de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, en Estados Unidos, han descubierto que las mujeres que viven en zonas altamente polucionadas a nivel atmosférico tienen más riesgo de sufrir niveles altos de ansiedad.
De acuerdo con el estudio, un 15 por ciento de las 70.000 mujeres encuestadas, de entre 57 y 85 años, mostraron claros síntomas que permitían concluir que padecían una elevada ansiedad.
Los científicos participantes consideraron el resultado «muy interesante» no solo por la asociación que establecía entre la polución ambiental y la ansiedad, sino porque representa también un hallazgo al sugerir que la polución también «podría estar vinculada con la salud mental».
Para avanzar en este aspecto se necesitarán futuros estudios, pero estos resultados ya hacen vislumbrar que podría haber una relación directa entre ambos factores, y que además esta quizá llegue a ser causal.
Según el informe publicado en la revista British Medical Journal, la sensación de nerviosismo y ansiedad que experimentaron las mujeres se correlacionaba con el nivel de contaminación que las áreas en las que vivían. De este modo, los investigadores pudieron establecer una relación causal entre los elevados niveles de ansiedad y los también altos niveles de contaminación del aire.
Exposición a las partículas más finas
Resultó revelador, por otra parte, la diferencia en los resultados en función del tamaño de las partículas polucionadoras presentes en el aire. Curiosamente, los investigadores encontraron una mayor relación entre los niveles de ansiedad y la presencia de partículas finas (se introducen en el organismo a través de los pulmones), que normalmente provienen de fuentes de combustión, como los tubos de escape del tráfico rodado o las industrias.
Por contra, cuando abundaban las partículas de mayor tamaño (su penetración en el organismo es menor), no se pudo relacionar la polución con el incremento de los niveles de ansiedad. También encontraron una relación directa entre un mayor o menor tiempo de exposición, lógicamente a favor de una menor exposición.
Anteriores estudios han relacionado la inhalación de un mayor porcentaje de partículas finas con problemas respiratorios y cardiovasculares, entre ellos el cáncer de pulmón o el ictus. En este estudio, además, se relaciona con la ansiedad, lo que podría llegar a ser una manera de vincular también algún tipo de inflamación crónica que derivaría en un cuadro de ansiedad. Sin embargo, este extremo está sin confirmar todavía.
Los autores del estudio creen probable que la presencia de partículas finas en un porcentaje significativo podría provocar inflamación crónica en el organismo, concretamente en los pulmones o en el aparato respiratorio, y también en el organismo en general, ya que éstas se introducen a través de los pulmones.
Esa inflamación podría provocar un aumento del riesgo de ansiedad, pero no hay nada definitivo, por lo que se necesita seguir indagando. En concreto, se necesita también ampliar el resultado del estudio a un perfil poblacional mayor, que incluya personas más jóvenes y hombres, así como constatar que las causas que provocaron la ansiedad no se debían a cuestiones que no tienen que ver con la polución. De hecho, sería posible que hubiera otras fuentes de estrés en esos entornos más contaminados, concluyen sus autores.