Los huevos de gallinas felices están de moda, y por lo que parece han venido para quedarse. Una tendencia que tiene grandes ventajas a nivel ético y nutricional, si bien implican un aumento de su precio, lo cual constituye el principal y casi único inconveniente.
Así es, al menos, para los consumidores, si bien la industria requiere un cambio radical que, lógicamente, traerá más de un dolor de cabeza, necesidad de inversiones y, sobre todo, una nueva mentalidad.
No al sufrimiento animal
La iniciativa está siendo más internacional que patria, todo hay que decirlo, pero en este mundo global nuestro todo acaba por unificarse. En este caso, el cambio es positivo si tenemos en cuenta que se trata de una auténtica revolución a nivel de grandes superficies, con lo que la cría de gallinas en batería muy probablemente tenga los días contados.
En Francia encontramos uno de los epicentros de este gran cambio, y en Estados Unidos tampoco andan cortos. Aunque el movimiento comenzó con vídeos de distintas asociaciones animalistas que denunciaban las condiciones en las que se encontraban estos pobres animales, hubo un antes y un después en mayo del 2016.
Fue la fecha en la que la asociación de protección animal L214 suscitó la indignación entre la ciudadanía francesa tras difundir unas grabaciones realizadas en cámara oculta. Meses después, los supermercados, y también el sector de la restauración, sin olvidar los productores, empezaron a dar muestras de su voluntad de cambio.
Anteriormente hubo actuaciones aisladas, pero el cambio, el verdadero cambio se precipitó tras una presión mediática impulsada por el sufrimiento animal puesto delante de los ojos de la gente.
La opinión pública no quiere este tipo de sufrimiento animal, es un hecho, pero tampoco quieren pagar demasiado. Como consecuencia del vídeo difundido, las autoridades cerraron la granja grabada, pero más allá de las particularidades quedó patente que el sistema empleado era aberrante.
El mismo sigue empleándose, pero cada vez menos, y las perspectivas de futuro anuncian grandes cambios. Unas transformaciones que precisan tiempo para realizar la adaptación, razón por la que se establecen plazos que suelen fijarse en 2025.
En Francia han ido anunciándose el fin de los huevos de jaula de forma constante, y a día de hoy puede afirmarse que se trata de una medida relativamente generalizada entre los actores que forman parte tanto de la producción como de la distribución.
En Estados Unidos también se ha avanzado mucho en este sentido, entre otras cosas porque el hecho de que Francia lleve la delantera es clave en cuanto se trata del mayor productor europeo de huevos. De sus 14.7 mil millones de huevos producidos en 2015, la mayor parte proceden de gallinas criadas en jaulas. Son un total de 47 millones de aves, el 68 por ciento de las gallinas ponedoras.
Evitar la muerte de pollitos
Por otra parte, la muerte de los pollitos machos es otro aspecto que la opinión pública no soporta. Al no servir para obtener huevos, se les mata, puesto que para la cría de carne se utiliza otra raza por su capacidad de engordar rápido.
Tras determinar su sexo, por lo tanto, aquellos que son machos encuentran la muerte nada más identificarse. Entre otras fórmulas, se les asfixia con gas, se les electrocuta o se les tritura, cuando no se les introduce en unas cajas para que mueran ahogados. Sus restos se utilizan para hacer comida para mascotas o similares.
Afortunadamente, los nuevos tiempos están cambiando las cosas. Tanto por la preciosa herramienta que es internet para difundir estos hechos y así crear una sensibilización social como por lo que aporta la tecnología para evitarlos. Entre otros inventos, se ha creado TeraEgg, un método no invasivo que permite detectar los compuestos orgánicos claves para identificar el sexo y la fertilidad de los huevos, evitando que sean incubados. O, lo que es lo mismo, previniendo todas esas muertes.
Particularmente, no como ni huevos de granja, ni carne de la misma procedencia desde hace 60 años, cuando vi como vivían estos animales. En toda su vida no andaban ni 2 metros, una cinta transportadora las llevaba la comida para que no perdieran tiempo y seguir engordando
Hola Eugenio,
Es cierto, ver con nuestros propios ojos ese tipo de cosas es la mejor manera de concienciar sobre la importancia de tratar a los animales de un modo mínimamente digno. Idealmente, claro está, sin utilizarlos para comérnoslos. Un saludo y gracias por comentar.