El controvertido fabricante de semillas y pesticidas Monsanto tiene nuevo dueño, y no es precisamente una organización ambientalista. Muy al contrario, la no menos polémica multinacional química Bayer acaba de adquirirla. Se trata de una compra histórica, ya que es la adquisición más cara jamás realizada por un grupo alemán.
Estos récords no son de interés si lo que pretendemos es hacer un análisis de lo mucho que se juega la salud del planeta, y también la nuestra, con esta compra, que ha costado la friolera de 66 mil millones de dólares. Es decir, 59 mil millones de euros.
El nacimiento de un gigante agroquímico
Si Monsanto es popular (o, mejor dicho «impopular») por su Roundup, cuyo principio activo es el glifosato, el herbicida más utilizado del mundo, Bayer no anda cortito con su fabricación de los pesticidas conocidos como «asesinos de abejas».
Eso, entre otras muchas joyitas que andan en las mismas. Unos desde Alemania, y otros desde Estados Unidos, y ambos con presencia en todo el mundo, son grupos considerados bestias negras por los ecologistas y ciudadanos que, sin ser activistas de primera fila, están concienciados sobre el tema y repudian este tipo de productos.
Extender un cheque con tantas cifras, lógicamente, tenía que valer la pena. ¿Su objetivo? En sus andanzas anteriores encontramos el motivo. Tampoco hay que ser un lince, en realidad, todo sea dicho, para adivinar que se persigue mejorar su potencial agroquímico.
O, lo que es lo mismo, se busca el nacimiento de la mayor industria mundial de la agroquímica, sin posible competencia. Obviamente, en detrimiento de la ciudadanía y de los productores, sin olvidar el desastre ambiental que conlleva el uso de estos productos.
Por un lado, se consigue acabar con la mala imagen de Monsanto, pero aprovechando su punta afilada para seguir haciendo negocio a partir desde un enfoque de multinacional sin escrúpulos, tal y como denuncian las organizaciones ambientales.
Si bien es cierto que el problema no solo es de Monsanto, pues el sistema en el que vivimos propicia este tipo de negocios, entre los que Monsanto es uno entre un millón, por otro no puede negarse que se trata de un símbolo de este tipo de multinacionales que amenazan la salud de las personas y del planeta.
Por otro, se aprovecha la mejor fama de Bayer en este sentido, aunque su historial tampoco es como para echar cohetes en ambos sentidos. A su vez, hemos de considerar que Monsanto no está pasando por su mejor momento, a consecuencia de la coyuntura económica.
Como cara de la moneda, que también la hay, está el desafío de alimentar a una población que no deja de crecer. Pero también aquí hay luces y sombras, ya que el boom demográfico podría no tener que ser una cuestión dada o, por ejemplo, quizá podría garantizarse la seguridad alimentaria recurriendo a otras soluciones.
Sea como fuere, los analistas afirman que Bayer ha encontrado un momento perfecto para dominar el sector agroquímico, y probablemente este tren no volviera a pasar de nuevo. Una terrible noticia para los agricultores, que tienen todas las papeletas para acabar siendo totalmente dependientes de Bayer, el nuevo Monsanto.
La dependencia se suma a una mayor influencia, si cabe, a la hora de aprobarse normativas gubernamentales o incluso internacionales. La idea es sencilla: las fusiones de industrias agroquímicas de tal calado significa depender de ellos para plantar semillas y utilizar pesticidas.
Prácticamente, serán los que ellos dictaminen, independientemente de que hayan sido sometidas a modificaciones genéticas o se trata de pesticidas que atenten contra la salud del planeta y de las personas. Por último, de igual modo podrán imponer políticas agrícolas basadas en sus productos. De una u otra manera, en mayor o menor medida, pero lo harán.