Esta cabañita no es, precisamente, un lugar secreto en el bosque donde refugiarse o aislarse del mundanal ruido. Porque discreta, lo que se dice discreta, no podemos decir que lo sea. Más bien al contrario, primero por su increíble tamaño, sin olvidar que la insólita construcción se autodenomina «la casa del árbol más grande del mundo».
Así es como la define Horace Burgess, el creador de este casoplón, un paisajista de 56 años reconvertido en reverendo, tan excesivo en sus declaraciones como las enormes dimensiones que ha adquirido su proyecto. Por cierto, lo de excesivo no viene a cuento por aquello del nombrecito, pues muy probablemente su tamaño sea de récord mundial, sino por otras perlas que, como buen predicador, suelta este hombre.
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