Diseños sustentables hay muchos, unos más meritorios que otros, pero si aspiramos a hacer una casa ecológica imprimiendo en 3D la cosa se pone realmente difícil. No tanto por los materiales, que también, sino sobre todo porque necesitamos construir una casa que no estará en el país de los liliputienses, sino en la ciudad de Amsterdam. Es decir, no valen los modelos a escala porque, además, la cosa casa perdería toda su gracia.
¿Pero, cómo hacerlo? Los valientes que se han lanzado a llevarla a cabo cuentan con un arma secreta que no es sino un secreto a voces. En efecto, lo has adivinado, y es que no podía ser de otra manera… The Dutch company DUS Architects, sus impulsores, tienen una enorme impresora con la que poder hacer de las suyas para que la casa acabe siendo una realidad.
KamerMaker, una impresora gigante
El aparato se ha bautizado con el nombre de «KamerMaker», mide la friolera de 6 metros de altura y aunque pesa y ocupa lo suyo, es portátil, o mejor dicho, transportable, y está pensada para producir bloques de tipo lego que se usarán como ladrillos para levantar la casita en cuestión.
Su manera de funcionar es curiosa, y lo cierto es que gracias a su originalidad están obteniéndose unos buenos dividendos. Puesto que incluye una habitación que la rodea para que pueda trabajar bien tranquilita, ahí dentro encerrada va creando el material de construcción, en este caso a partir de material orgánico que produce bioplásticos. Es más, para verla trabajar hay que pagar una entrada de 3 euros, con lo que se ha convertido en un atractivo turístico que, habida cuenta del tiempo que tarda en hacer una casa, unos tres años, puede llegar a ser muy rentable e incluso llegar a costearla.
En concreto, para imprimir un sólo bloque necesita alrededor de una semana, si bien cada uno de ellos pesa en torno a los 200 kilos, un laborioso trabajo. Aún así, su velocidad es de tortuga, y hasta que no se logre mejorar este aspecto se trata más de un experimento que de un proyecto viable desde el punto de vista comercial. Según sus responsables, el principal problema es el tiempo que cuesta imprimir cada pieza porque una vez conseguido esto simplemente hay que ensamblarlas y rellenarlas con un material aislante para darla por terminada.
Como dice el refrán, piano piano si arriva lontano, y justamente bajo esta máxima está llevándose a cabo el proyecto. Pieza a pieza, semana tras semana, se van acumulando bloques y más bloques con el objetivo de construir en los próximos años una «vivienda funcional», según la definen los diseñadores.
Entre otras ventajas de esta innovadora forma de construir, sus creadores subrayan su lado verde, así como su gran potencial eco-amigable. Con su uso no sólo consiguen reducir la huella de carbono usando bioplástico obtenido a partir de semillas de colza, sino que además reutilizan el material que sale defectuoso y consiguen reducir emisiones al no tener que transportarse el material.
Pensemos que todo avance en este sentido tiene un gran valor, pues la industria de la construcción es una de las más contaminantes que existen. A su vez, sus creadores son conscientes de que el invento ha de perfeccionarse todavía. Más allá de la lentitud excesiva al imprimir, el proyecto tiene grandes posibilidades si se utilizan otros materiales que todavía están por definir. Incluso se ha barajado la idea de usar componentes biodegradables que permitan realizar construcciones temporales. Entre sus inconvenientes, no puede dejar de mencionarse la necesidad de reforzar la estructura con bloques de hormigón ligero. Con todo y con eso, prometer, lo que se dice prometer, el invento promete.