Todo el mundo ha aprendido alguna vez en el colegio que el agua es un recurso de los considerados renovables. El ciclo de la lluvia garantiza la presencia en la tierra de este líquido fundamental para la supervivencia de la especie humana y, en general, para la existencia de la vida. Gracias a ese ciclo de regeneración, el abastecimiento de agua está garantizado para todas las especies. Al menos eso se pensaba hasta que, desde hace ya más de una década, la ONU ha venido confirmando que la escasez de agua en nuestro planeta se ha convertido en un problema real. A los cambios de frecuencia en los ritmos de lluvia provocados por el cambio climático, se suma el crecimiento desmesurado de la población mundial y el ritmo acelerado de industrialización, cuyo consumo de agua no es en absoluto desdeñable. La consecuencia no es otra que la falta de acceso de más de 2 mil millones de personas en todo el mundo a agua potable y la previsión de que, allá por 2025, la mitad de la sociedad mundial vivirá en zonas con escasez acuática.
La constatación de esta realidad puede hacerse con solo mirar al mapa de España, en el que zonas como Andalucía, Cataluña y otros puntos del Mediterráneo sufren constantemente el azote de las sequías y las restricciones derivadas de esta desalentadora situación. Frente a este innegable problema, no basta únicamente con concienciar a la población de hacer un uso responsable del agua como recurso esencial, sino que ha sido necesario desarrollar un ciclo de depuración de aguas residuales que ayude a las naciones a recuperar un porcentaje alto del agua usada para darle una segunda vida útil.
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